21.10.08

Sociedad como organismo evolucionado

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Tomado de:

http://es.geocities.com/antropokrisis/biospencer.htm

Herbert Spencer 1820-1903

Dos ideas dominaron la vida de Herbert Spencer: la de la evolución, para la cual inventó el término «supervivencia de los más dotados», y la de la libertad personal.

Sus contemporáneos lo describieron como terco, independiente e intelectualmente superambicioso. No obstante, Spencer siempre se mantuvo firme en sus convicciones. Era un hombre de poca pretensión; se negaba a asistir a funerales, se burlaba de los honores académicos y desdeñaba la pompa del gobierno. La obsesión de su vida fue explicar toda la naturaleza como un sistema materialista sincronizado.

Nacido en Derby, Inglaterra, Herbert fue el único hijo que sobrevivió a la infancia. Su padre era un maestro, con unos planteamientos sociales y religiosos progresistas; su madre era una mujer tranquila y conformista. Spencer fue animado a seguir con su interés por la ciencia, particularmente por la historia natural, la fisica y la química, con exclusión de la historia y los clásicos. De modo que sus contemporáneos pensaron que estaba insuficientemente educado.

Tenía dieciséis años cuando finalizó su escolarización formal. Volvió a casa y durante un tiempo fue ayudante de profesor. Más tarde se convirtió en ingeniero de construcción ferroviaria y durante este período intentó inventar cosas y publicó unos cuantos artículos técnicos. Del ferrocarril cambió su interés hacia la teoría política -siendo sus principales preocupaciones limitar las funciones del Estado y conseguir el sufragio universal y una total separación de la Iglesia y el Estado.

Cuando tenía veintiocho años se convirtió en subeditor de un periódico, The Economist y, poco después, publicó su primer libro, Social Status.

Los puntos principales del libro eran:

1) que «todo hombre tiene libertad para hacer todo lo que desea mientras no infrinja la igual libertad de cualquier otro hombre»;

2) que las funciones de cualquier Estado deberían estar limitadas a deberes políticos domésticos y a la protección de agresión extranjera a través de servicios armados; y

3) que es natural que el individuo, a través de su «capacidad de adaptación» se mueva sin final hacia un estado de «ajuste perfecto». Afirmó que «el progreso... no es un accidente, sino una necesidad».

Spencer publicó un artículo anónimo en 1852 -siete años antes de la publicación de Origin of Species, de Darwin- defendiendo la teoría de la evolución orgánica. En 1855 llegó Principles of Psychology, en el que basó condiciones mentales en propiedades físicas y químicas particulares. Ya que esta opinión no fue popular (por no decir escandalosa) y realmente mostró su limitada educación y aversión por la lectura, fue condenada universalmente.

Dos años mas tarde, Spencer empezó a formular su sistema filosófico. Se basaba en la evolución y previó -por lo menos diez décadas antes de que fuese finalmente aceptado- que una teoría de la evolución puede abarcar todos los fenómenos de la naturaleza. Para financiar la publicación de su escrito, vendió 600 suscripciones a una serie llamada Descriptive Sociology. El primer trabajo en la serie, First Principles, apareció en 1862. Mientras tanto había publicado Education, otro libro «escandaloso», en el que defendía el desarrollo natural de la inteligencia del niño, la importancia del interés del aprendiz y la idea de que, enseñar a un niño a través de la libertad y la experiencia, funciona mejor que a través de las órdenes y del castigo.

Principles of Biology, que se publicó en 1864, fue el resultado de la colaboración directa con Thomas HuxIey. En él abogaba por influencias ambientales directas en el organismo y una tendencia de la evolución hacia el equilibrio.

Spencer, a menudo enfermo, fue siempre hipocondriaco. Después de 1866, su vida discurrió casi únicamente entre asociaciones intelectuales y un viaje anual a Escocia. Al sufrir algún tipo de «sobrecarga mental», Spencer se vio continuamente forzado a buscar la diversión. Pero él dictaba durante los descansos cuando estaba remando; recopiló una gran autobiografia; ayudó a fundar la Liga AntiAgresión; visitó Estados Unidos y escribió Man Versus the State -todo a pesar de su aparente delicada salud.

Spencer vivía periódicamente en la miseria; vivió de ganancias inesperadas, tales como legados de su padre y de su tío, y regalos de seguidores leales. Empezó a recoger algún provecho de su trabajo hacia 1871. Hubo períodos posteriores de miseria, pero cuando murió dejó una considerable suma para continuar Descriptive Sociology.

Spencer contrató a tres eruditos cuando empezó a escribir su monumental Principles of Sociology. Su trabajo era leer y recopilar datos sobre gentes primitivas sobre las que Spencer pudiese escribir. Durante el mismo período usó ese material para su Descriptive Sociology, de varios volúmenes, y escribió el Study of Sociology, en el que hace consideraciones sobré algunos de los problemas con que se enfrenta un científico social. Finalmente, Principles of Sociology empezó a aparecer en 1877; el último volumen se publicó en 1896.

Spencer fue muy conocido por su comparación de la sociedad con un organismo y su creencia de que el Estado debía ser mantenido sólo en interés de sus ciudadanos. Postuló otra era industrial (basada en el contrato), a la cual la militar dio paso en algunos lugares.

La creciente mala interpretación de sus criterios amargó los últimos años de Spencer. La apreciación de sus logros surgió en el último tercio del siglo xx.

Spencer es considerado como el filósofo de la evolución. Esta idea sobre él ha sido tan arrolladora que sus otras contribuciones a la teoría de las ciencias sociales, normalmente, se ignoran. Realmente, su «filosofia sintética» se ha olvidado en gran manera. Que un autor como Spencer pueda ser tan relegado a nuestro inconsciente es verdaderamente paradójico -y más porque él formuló muchos de los términos que hoy se usan-. Él fue quien primero usó como términos técnicos palabras como superorgánico, función, estructura y sistema. También se encuentran en Spencer los orígenes del funcionalismo estructural -un hecho que se olvidó durante las muchas décadas en que estaba asumido que la evolución y el funcionalisino estaban opuestos.

Spencer, como filosófico sintético, no estaba interesado en las ciencias sociales solas; estaba interesado en todas las ciencias. Tenía un interés muy especial por la biología. Fue Spencer, no Darwin, quien formuló «la supervivencia de los más dotados» -aunque realmente fueron Wallace y Darwin quienes detallaron los mecanismos biológicos en funcionamiento.

Más importante para el antropólogo, Spencer retuvo el modelo del organismo biológico como la base para el entendimiento de la esfera social. Spencer vio el organismo como modelo para la sociedad de dos modos: 1) una sociedad representa un sistema que tiene estructuras y funciones; y 2) una sociedad representa un cierto nivel de evolución social, determinado sobre la base de su diferenciación estructural. Esta aproximación a la sociedad representa obviamente el pensamiento por analogía -la analogía orgánica que trata la sociedad como un organismo biológico- Se dice que los procesos que son válidos para la biología -evolución, función, estructura y homeostasis lo son para la lógica social. Aunque analogía no es identidad.

Según Spencer, el universo se puede explicar solamente en términos evolutivos. La sociedad, afirmó, empezó como un sistema (organismo) no diferenciado y simple. A través de la evolución, las sociedades (obsérvese el cambio de singular a plural --es de Spencer-) desarrollaron estructuras especializadas (por ejemplo, el gobierno) para representar funciones especializadas (por ejemplo, coordinar todo el sistema). Cuanto más diferenciada estructural y funcionalmente está una sociedad, tiene un lugar más avanzado en una taxonomía evolutiva.

De este tipo de razonamiento Spencer desarrolló dos esquemas diferentes y separados de taxonomía social. Son peores que inadecuados, ambos teóricamente y desde el punto de vista de la utilización de datos. Pero fueron un comienzo importante.

Como se ha observado, Spencer también usó el término superorgánico, el cual tiene su propio lugar en la teoría antropológica tal y como se desarrolló en los escritos de autores como Edward Sapir y Alfred Louis Kroeber. En los escritos de Spencer lo superorgánico se refiere a ideas que sobrepasan lo individual. Es a través de lo superorgánico, según Spencer, que la acción coordinada humana es posible. Con esta idea, Spencer tiende al concepto de cultura; realmente, si en la oración anterior se sustituye la palabra cultura, el significado de la oración se hace claro. El término, por supuesto, es primo hermano de la consciencie collective de Emile Durkheim, otra gran lucha para hablar sobre cultura sin un concepto de cultura.

A pesar de la total dedicación de Spencer a la conceptualización evolutiva, debe observarse que la teoría evolutiva moderna proviene más directamente de Morgan que de Spencer. Pero parece que el funcionalismo estructural tiene fuertes raíces en los criterios de Spencer sobre estructura, función, organismo y evolución.

(De Antropología. Lecturas. Paul Bohannan. Ed. McGrawHill)
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14.10.08

Sociología de la Guerra: Polemología

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Este trabajo, de permanente utilidad para el estudio sociológico y político de las guerras, fué publicado en la Revista de Estudios Políticos del Instituto de Estudios Políticos y Constitucionales del Ministerio de la Presidencia de España. Nos. 176-177, Marzo-Junio, 1971.


http://cepc.es/inicio.asp

POLEMOLOGIA O GUERRA

Emilio Serrano Villafañe

El profesor Gastón Bouthoul, de la Escuela de Altos Estudios Sociales, vicepresidente del Instituto Internacional de Sociología, publica la cuarta edición de La Guerre (P. U. F.), cuya obra ha sido traducida al inglés, árabe, japonés, portugués y español, lo que demuestra la aceptación que ha tenido.

Y no es extraño si tenemos en cuenta que este libro es todo él un análisis sagudo histórico y psico-sociológico de la guerra que nos parece muy completo.

Polemología, de «polemos» (guerra) y «logos» (tratado) es el término propuesto por el autor ya en 1946 en su libro Cent milhons de tnorts, como ciencia de la guerra en general, estudio de sus formas, de sus causas, de sus efectos y de sus funciones, como fenómeno social.

El autor fundó también en 1945 el Instituto Francés de Polemología, que se dedica a investigaciones científicas sobre la guerra y la paz y publica una revista, «Guerres et Paix», editada por P. U. F.

Ciertamente la consideración de la guerra como el hecho constantemente repetido y tan antiguo como el hombre, especie de «epidemia social», el«mayor mal» que,en crítica dura de nuestro Luis Vives, nos asemeja a las bestias(«bellum de belluis», dice), es el más espectacular y trágico de los fenómenossociales que marca históricamente los límites de los grandes acontecimientos: por la guerra han perecido casi todas las civilizaciones conocidas, y por la guerra han aparecido casi todas las civilizaciones nuevas; las guerras establecen y sancionan el primado, por más o menos tiempo, de un tipo de sociedad al frente de la humanidad; la guerra es el principal de los factores de esta imitación colectiva que juega tan importante papel en las transformaciones sociales; la forma más enérgica y más eficaz del contacto de las civilizaciones que rompe la fuerza del aislamiento psicológico; la más destacada de todas las formas de paso de la vida social, "une forme de passage acceleréen".

Bien merecen tan importantes aspectos de la guerra un estudio científico de la misma, un conocimiento objetivo del «fenómeno guerra».

Por esta razón, el profesor Bouthoul había propugnado ya con anterioridad a este libro un «estudio científico del fenómeno guerra» considerado comoun fenómeno social, para distinguirlo de la ciencia militar de la guerra (tal como se enseña en las escuelas y academias militares).

Esta verdadera ciencia de las guerras es la Polemología.

Cierto que se están multiplicando en los últimos años los libros, estudios, artículos y publicaciones sociológicas sobre la guerra, pero casi siempre limitados al estudio de una guerra determinada y con enfoques unilaterales y parciales de la misma.

Pero, ¿por qué —se pregunta el autor— el «fenómeno social más importante» no ha suscitado investigaciones para estudiar objetivamente sus características y sus aspectos funcionales, como se ven aparecer constantemente investigaciones sobre las enfermedades, siendo así que la guerra ha causado ella sola más victimas que todas las enfermedades juntas? ¿Será acaso por la evidencia de las guerras yporque hayan creído que son inevitables? ¿O, por el contrario, porque pareciendo que las guerras dependen de nuestra voluntad, tienen un principio y fin en un momento preciso con toda serie de formalidades diplomáticas, deliberaciones y discusiones sobre las que poco tendría que decir un riguroso estudio científico?

Es precisamente esta creencia en el carácter voluntario de las guerras el principal obstáculo a su estudio científico; el «ilusionismojurídico» de la astucia o del duelo individuales, los proyectos, pactos, leyes y Tribunales internacionales, los Reglamentos y Códigos, los proyectos de arbitraje, etc., no parecen otra cosa que reproducción del Derecho privado o del Derecho feudal con su concepción del arbitraje en las querellas entre particulares.

Ahora, como en la Antigüedad o en la Edad Media, la guerra, en las relaciones entre las naciones, continúa siendo el fundamento del Derecho internacional y, a la vez, el criterio y la justificación de la independencia de los pueblos; se oscila entre el «ilusionismo jurídico» y el «pacifismo retórico» para volver al viejo adagio romano: «Si vis pacem, para bellum».

Y, ¿por quéde una vez —nos preguntamos nosotros— no sustituirlo por este otro mucho más lógico y evidentemente mucho más justo y pacífico: «Si vis pacem, para pacem»?

Pero para poder pensar seriamente en llegar a un pacifismo científico (que no ha de confundirse con «pacifismo integral» a toda costa), es preciso llegar al conocimiento objetivo del «fenómeno-guerra».

Es el estudiode la polemología el que permite situar los problemas de la guerra y de lapaz sobre un nuevo terreno, como un derivativo intelectual y una posición que permita «desacralizar la guerra y despolitizar la paz».

Esta es la preocupación científica del autor, de la cual la terapéutica no será sino una consecuencia. Pero, como toda ciencia, esto supone conocer qué es la guerra, su naturaleza, funciones, cuáles son los papeles tan importantes han jugado, y juegan, las guerras; en otros términos, conocer el mal antes de encontrar los remedios.

Para este estudio científico de la guerra, analiza, delimita y define el autor el fenómeno de la guerra y presenta sus múltiples aspectos económicos, demográficos, etnológicos y psicológicos, para terminar con la exposición de las causas a que se atribuye la guerra.

Pero antes dedica un capítulo a la «historia de la idea de la guerra», señalando brevemente «las principales teorías que han sido sostenidas a propósito de las guerras» y los principales juicios emitidos sobre ellas desde que los hombres luchan entre sí.

Las mitologías de las civilizaciones históricas nos revelan como datos comunes : el lugar y trascendencia que ha tenido la guerra y el carácter altamente loable de la actividad guerrera que los dioses practican y protegen(el Panteón germánico; la India brahamánica con sus libros sagrados —que son relatos de combates entre los dioses, genios y gigantes—, las leyendas y poemas épicos como el Ramayana consagrados a los fastos mitológicos y descripciones de batallas; la mitología griega mostrándonos a Zeus y los dioses combatiendo á los Titanes).

Los sacrificios a los dioses antes y después de las batallas (en los asirios, los egipcios, los aztecas), conjugadas con los ritos funerarios anticipados y propiciatorios o su apoteosis posterior (recordemoslos banquetes funerarios de los pilotos de aviones suicidas Kami-Kaze) japoneses, en la última guerra, o los haraAúri después de una batalla perdida.

Las doctrinas teológicas de las guerras en el Antiguo Testamento (en el que aparecen distintos enjuiciamientos de la guerra); en El Corán que propugna la propagación del Islam por las armas como un deber religioso, un ideal, una orden divina contra los no creyentes, premiando con el famoso paraíso de Mahoma reservado a los guerreros muertos en combate.

La teología cristiana que, según el autor, ha sido fluctuante: desde el repudio categóricode la violencia en los primeros padres de la Iglesia (precedente de modernos pacifismos)(le dogme de la non violence repris par Tolstoi et Ghandi, estessentiallement une invention chrétienne), pasando por las Cruzadas —«que pusieron a prueba la habilidad dialéctica de los teólogos»—, hasta la doctrina de guerra justa de Santo Tomás con sus conocidas condiciones (autoridad del que la declara causa justa y recta intención), seguida por nuestros grandes teólogos-juristas Molina y Suárez (a quienes no cita el autor).

Las doctrinas filosóficas sobre la guerra, con la única excepción —según el autor— de la filosofía china, los filósofos griegos consideran la guerra, en general, como parte del orden cósmico-humano providencial («la guerra esla madre de todas las cosas» —dice Heráclito, y Platón y Aristóteles admiten su legitimidad como necesaria para el bien de la «polis»—).

Entre los modernos, Kant en su Proyecto de una Paz Perpetua, después de definir algunos principios, concluyen que «la Paz Perpetua es impracticable, pero que puede ser indefinidamente intentada».

Hegel es considerado como un apologista de la guerra, que es un momento «civilizador» en el que el Estado realiza su más alta conciencia; es un mal necesario que tendrá fin con la realización del «Espíritu absoluto».

Para De Maistre «la guerra es divina en sí misma porque es una ley del mundo»; es una de las «grandes empresas» por las que el alma humana sale de la molicie y de la incredulidad.

La doctrina de Nietzsche es una exaltación de la lucha y de la guerra «que santifica toda causa» y «excelente escuela» de virtudes. Otros filósofos, por el contrario, critican a los apologistas de la guerra, presentando ésta como una «regresión» y una aventura absurda, esforzándose (...) en «desacralizar» la guerra contra la que arremete exaltadamente Voltaire.

Las doctrinas morales y jurídicas presentan reglas vagas o precisas sobre la guerra y a las que ésta debe someterse en su declaración y ejecución, dependiendo de esta observancia la moralidad y justicia de las guerras y de los tratados que la siguen, apareciendo, con una u otra terminología, los conceptos de guerras ofensivas o defensivas, guerras de agresión, necesarias o voluntarias.

Destacan a este respecto los principios del Derecho bíblico de guerra contenidos en el Deuteronomio (XX, 10; XX, 14, y XXII) relativos a evitar la guerra, a la moderación y justicia de su realización, y a las condiciones de paz.

En la Edad Media «gracias a la acción paciente y tenaz de la Iglesia», el Derecho de gentes, los principios del cristianismo, las instituciones (por ejemplo la Tregua de Dios), van elaborando reglamentaciones que tienden a evitar y limitar las guerras o a hacer éstas menos peligrosas.

Para Maquiavelo «toda guerra es justa porque es necesaria como medio para defender la patria» {«ya sea con ignominia o sea con gloria, todos los medios son buenos» porque lo es el fin «que los justifica»).

Después de Maquiavelo —dice Bouthoul— hasta fines del siglo XIX, «no hay apenas teorías positivas sobre la guerra fuera de las doctrinas de los teólogos o de los juristas».

Clausewitz, analista de laguerra, de sus fines, medios y aspectos, justifica la guerra con argumentos de razón: el Ejército es un instrumento de la política, y «las guerras no son sino la expresión o manifestación de la política»; es la política la que decide las guerras, y si la política de un Estado es procurar la propia subsistencia y bien de la sociedad, y aquí la importancia del Ejército como base de la vida social porque es al Ejército a quien el Estado encomienda la defensa de aquellos fines, y de aquí la importancia de la guerra (que es guerra total de la nación): «Victoria es sinónimo de anonadamiento».

Las teorías sociológicas tienen como principio común el reconocimiento dela guerra como un «fenómeno normal» de la vida de los pueblos.

Dentro de las teorías sociológicas de la guerra distingue el autor las llamas optimistas que consideran las guerras como el producto de una estructura social que es de esperar que un día será superada; y las pesimistas que ven en las guerras un fenómeno eterno que, por otra parte, es, a veces, benéfico.

Entre las doctrinas «optimistas» de la guerra, señala el autor a Saint-Simón (según el cual«1 estado de guerra o de paz depende de la industria, y será el régimen industrial el que por evolución histórica sustituya el régimen militar), y su colaborador Augusto Comte que, tras distinguir entre «estado militar» y «estado industrial», afirma que el fin de la actividad humana es la «conquista» o la «pro-ducción»; para él también la evolución de la guerra pasa por la «Loi des troisétats»: la guerra por sí misma y por necesidad; la guerra subordinada al industrialismo naciente, y la industrialización que, en fin de cuentas, va asuprimir la guerra.


De cómo Saint-Simón y Comte y sus predicciones han sido, y son, desmentidas por la ironía de los hechos, habla bien claro la implicación recíproca, cada vez más creciente, entre la industria y el militarismo y la guerra, si tenemos en cuenta que la guerra ha contribuido grandemente al desarrollo dela industria, y ésta, por su parte, es la gran reserva e imprescindible servidora del militarismo.

Si la «lucha de clases» marxista no es sino una «guerra eterna de los pobres contra los ricos» (de los «explotados» contra los «explotadores», que tienen por origen los antagonismos económicos), una segunda posición del marxismo, respecto a las guerras, es, según Bouthoul, «la adopción de la tesis maquiavélica de la guerra diversión combinada con la noción volteriana de mistificación».

Entre las doctrinas pesimistas están los apologistas de la güera que predicen con satisfacción, que las guerras no sólo no desaparecerán sino que no deben ni pueden desaparecer, puesto que ellas son un instrumento de lucha(desde la biológica darwiniana por la vida y eliminación de los inadaptados)individual y colectivo, en la que se forjan las grandes virtudes (Steinmetz,Ysoulet, Nietzsche, Sorel, Gumplowicz).

Delimitar y definir el «fenómeno-guerra» supondría un conocimiento perfecto de este fenómeno. A este conocimiento científico ayuda grandemente la consideración de los caracteres de la guerra. Integrar la guerra en el conjunto de fenómenos de oposición y de lucha considerándola como un caso particular de la lucha universal, es un confusionismo ya que hay entre la guerra y las otras formas de lucha diferencias esenciales; el «obstáculo» en estas últimas podrían ser las cosas inertes o adversarias inconscientes, mientras que la guerra supone siempre un enemigo activo y organizado implicando reciprocidad de acción voluntaria.

El rasgo más característico de la guerra es su carácter de 'fenómeno colectivo».

Se distingue la guerra de la lucha universal y de los crímenes individuales por otros rasgos muy importantes: «Un elemento subjetivo, la intención, y un elemento político, la organización», ya que la guerra está al servicio de intereses de un grupo político, mientras quela violencia individual sirve a intereses privados.

La guerra tiene, sobre todo un carácter jurídico, esto es, está regida por reglas más o menos precisas, por un Derecho formal o consuetudinario.

Precisamente, en atención a este carácter jurídico ha sido definida la guerra como «la condición legal que permite a dos o más grupos hostiles emprender un conflicto armado» (M. Quincy Wright); y considerando sus intenciones, Clausewitz dice que la guerra es «un acto de violencia cuyo fin es forzar al adversario a ejecutar nuestra voluntad» ; «lucha entre hombres» (Masters); «lucha entre Estados independientes» (Bluntschli, Pradier, etc.); «el combate llevado por un grupo' determinado de hombres, tribus, naciones, pueblos o Estado contra un grupo parecido o semejante» (Bogulslanski); «el estado de lucha violenta entre dos o más grupos de seres pertenecientes a la misma especie, de leur désir o por su voluntad» {Langorgette); «un conflicto simultáneo de fuerzas armadas, de sentimientos populares, de dogmas jurídicos, de culturas racionales» (M. QuincyWright).

Después de estas definiciones, el autor propone la suya: «La guerreest une lutte armée et sanglante entre groupements organisés» (Les guerres,página 36, y La guerre, pág. 33).

Los caracteres económicos de las guerras tienen evidentes manifestaciones en las causas y consecuencias económicas de las guerras, las guerras y las coyunturas económicas, empezando por la necesidad de una acumulación de capital para personal militar, armamentos y víveres, que hace decir al autor que la guerra se presenta como una actividad de lujo.

Y, ciertamente, únicamente los pueblos económicamente fuertes pueden permitirse el «lujo» de preparar y hacer una guerra; y los que hacen las guerras sin tener ese potencial económico bien sabemos cuánto hipotecan, a veces, por las «ayudas» que reciben de sus suministradores.

Es indudable que el «consumo acelerado» de riquezas (comprendiendo aquí las destrucciones, que no son otra cosa que una forma particular de consumo) que supone toda guerra, provoca desplazamientos de riquezas, produce modificaciones en las estructuras económicas, modifica las inversiones, favorece el desarrollo de ciertas industrias o de ciertas formas de producción; las cargas que resultan de las pensiones, tributos, indemnizaciones, etc., repercute grandemente en la economía nacional; las cláusulas económicas de los tratados de paz modifican ei comercio exterior.

En una palabra, las consecuencías de las guerras pueden modificar profundamente la vida y la estructura económica de las naciones.

Por esto, teorías muy importantes consideran quelos factores económicos son la causa primordial de todas las guerras.


Pero el término «económico», su extensión y uso pueden llevar a confusiones, por lo que el autor hace algunas precisiones. Es innegable —dice— que todas las guerras tienen efectos económicos, pero éstos son posteriores a las guerras(su causa).

Para afirmar que los hechos económicos son el origen de las guerras sería preciso poder decir que la causa, o al menos el móvil del conflicto es exclusivamente de orden económico, que ha sido el único elemento inicial y determinante a la vez del conflicto.

Y no todas las guerras responden a esas «motivaciones» económicas; si se profundiza en la motivación de las guerras, «la mayor parte de las guerras económicas acaban por devenir guerras psicológicas».

El afán de poder es más grande que el de la riqueza, pero también es cierto que quien detenta el poder lo puede extender, de alguna forma, hasta la riqueza de los demás.

Cualesquiera que sean las formas de desequilibrio económico susceptibles de incitar a la violencia y provocar una guerra, pueden reducirse, según el autor, a dos: penuria o superabundancia, y aun cuando una y otra de estas formas sean también «efectos» de las guerras, no cabe duda que, a veces, las han provocado, o para satisfacer esas necesidades primarias mínimas vitales de algunas colectividades, o para buscar salida y mercados a un exceso de producción de alguna nación.

No puede por ello afirmarse que las crisis económicas postulen siempre la guerra como lo demuestra el hecho de que las crisis sorprendentes {por la novedad, desconocimiento de su naturaleza y remedios), de la primera mitad del siglo XIX —«uno de los períodos más pacíficos de lahistoria europea»— no provocara la guerra.

Los efectos demográficos de las guerras son los más evidentes e inmediatos. No hay guerra sin homicidios; la guerra es l'homicide coüectif organisé, finalisé, y las muertes humanas en las guerras modernas, con sus insospechados medios de destrucción, se cuentan, desgraciadamente, por millones, siendo las víctimas mucho más numerosas y variadas que entre los vencidos.

La guerra es la más eficiente de las «instituciones destructoras voluntarias». Las guerras producen un déficit demográfico, es el índice cierto de una función de destrucción o, como dice Bouthoul, de «consumación acelerada».

Como si la guerra tuviese una función social recurrente caracterizada por la acumulación en una sociedad de un capital humano del que una parte, en unmomento dado, es brutalmente eliminada, el autor propone llamar estructura explosiva la estructura demoeconómica de un grupo dado en el que «un gran excedente», una «plétora de hombres jóvenes superan las tareas indispensables «de la economía»; esta situación predispone a la impulsión belicosa y tiende a liquidarse en una expansión brusca, de carácter espasmódico y gregario, cuyos dos tipos clásicos son la «emigración en grupo» y la «expedición guerrera».

Por eso la guerra no parece ser un hecho primitivo, sino más bien un «epifenómeno y como la manifestación febril de desequilibrios sociales, principalmente demográficos».

Esto es lo que constituye una de las reacciones características de la psicología social que el autor llama «impulsión belicosa colectiva» como repercusión psicológica de las variaciones de la estructura demográfica.

Pero no es la guerra la única institución destructora (aunque sí la más eficiente) de la Humanidad.

Capítulo muy interesante de la Polemología lo constituye el estudio de los caracteres etnológicos de la guerra.

En el fenómeno social, guerra, como en la vida de todos los grupos, juega un papel primordial la «fiesta» que presenta un grupo de caracteres, ninguno de los cuales deja de encontrarse en la guerra. La fiesta es una «reunión material» de miembros del grupo; es un «rito de gasto o de dispendio» de «destrucción ostentatoria»; se acompaña amenudo de la «subversión de ciertas reglas morales, cuyos tabús son dispensados»; es un rito de exaltación colectiva {que se acompañaba, en las civilizaciones arcaicas, de sacrificios); la fiesta, en fin, provoca una cierta insensibilización física e insensibilización moral.

Pues bien, se puede decir que «laguerra es la fiesta suprema, la gran orgía sagrada en el sentido sociológico de la palabra», es la subversión misma, de la que las otras formas de fiesta no son sino pálidas imitaciones. Es indudable el carácter estético de la guerra (el colorido de los uniformes, la vistosidad de los combates, el espectáculo —trágico pero no menos estético— del empleo combinado de las armas); el carácter destruyente, verdadera «fuente de emociones» que rompe totalmente con la monotonía de la vida; el carácter sagrado y la trasmutación de valores que borra los límites de las prohibiciones contra las personas y sus bienes que son destruidos u ofrecidos como «ritos de guerra o sacrificios».

Toda la conducta y el comportamiento humanos son el resultado de unas motivaciones psicológicas, de unos «impulsos» que ponen en «movimiento» el ser psicológico y que hacen que «se comporten» de una u otra forma.

La guerra —ya lo hemos dicho— es un impulso belicoso y agresivo. Por eso el conocimiento de los rasgos psicológicos de la guerra son de gran importancia para un estudio científico de las guerras —y esto es la Polemología—. A este estudio dedica el profesor Bouthoul un capítulo del libro en el que comprende las impulsiones y agresividad belicosos, los comportamientos de los combatientes, los combatientes y la jerarquía social, el comportamiento de los dírigentes, las consecuencias psicológicas de las guerras y las formas del pacifismo(que también éste es un comportamiento psicológico).

Acerca de las circunstancias en las que nace entre los dirigentes y los pueblos el deseo o impulso de la guerra, un estudio psicológico no puede menos de tener en cuenta las relaciones estrechas que existen entre la agresividad y la frustración, y ésta surge cuando un obstáculo cualquiera nos impide satisfacer un deseo o alcanzar un fin; y la irritación provocada por la frustración, que se traduce en agresividad, no se dirige siempre al autor de la frustración (son curiosos los ejemplos a este respecto tanto en los animales como en los hombres frustrados).

La frustración económica, como la frustración política, provocan y aumentan la agresividad en las clases económicas, en los dirigentes, la Administración o el partido en el poder, o, por el contrario, la agresividad de las clases o partidos en la oposición, que buscan en la violencia o resolución remedio a sus frustraciones.

Son fenómenos de psicología social que responden a las reacciones individuales en su comportamiento.

Cierto también que las reacciones a la frustración pueden revestir a veces una forma «depresiva» (la resignación reemplaza a la agresividad).

Y aun cuando las multitudes son más bien pasivas, sumisas y conformistas, también es verdad que son fácilmente sugestionables (y bien saben y se aprovechan de esto los agitadores políticos) y, que su agresividad reviste un comportamiento (pillaje,linchamientos, enfurecidas, incendiarias, etc.) que rebasa la conducta que seguiría cada uno de los que la componen (de las destrucciones y masacres cometidas por las muchedumbres no serían capaces cada uno de éstos).

La intensidad y duración caracterizan las impulsiones belicosas colectivas, y son tantos los motivos o causas ocasionales que alientan su agresividad y hacen de ésta una «auto-mistificación» que hace pensar a los psicólogos si esta agresividad no tendrá un fundamento infraestructural más sólido y constante, buscando en los «complejos» del método del psicoanálisis (complejo de «fracaso» o revés, de culpabilidad física o metafísica —que conduce a personalizar los contratiempos y las desgracias—, sentimiento de inferioridad, sentimientode inseguridad, etc.), la explicación de los comportamientos agresivos (de los agresores y de los atacados).

Las actitudes guerreras (comportamiento heroico ante el peligro, tendencias románticas de exaltación de valores, el sentimiento del honor, el coraje, la fidelidad y amistad entre los combatientes, la lealtad a una causa y a los jefes, que son otras tantas virtudes éticas de la guerra, que, junto con otros sentimientos no tan nobles —que también despiertan la guerra—, constituyen (las causas y efectos a la vez), comportamiento agresivo,individual y colectivo.

De gran interés para la Polemología es el análisis de los comportamientos psicológicos que siguen inmediatamente a la paz. Esto es, las consecuencias psicológicas de las guerras. Si toda guerra es una calamidad nacional o internacional y afecta a todos, sin embargo, al final de toda guerra hay vencedores y vencidos, aun cuando hay grados en la derrota como en la victoria,(sumisión total, capitulación, aceptación de algunas desventajas, etc.).

En todo caso, las primeras consecuencias de la guerra ha sido un gran derroche y desgaste de energías, de bienes, de hombres. Por eso su final acabamiento produce, como primer resultado psicológico, el «fin de la agresividad de los individuos -dirigentes o combatientes—» que, indudablemente, produce una intensa sensación de euforia para vencedores y vencidos y para los propios pueblos interesados que esperan una normal reanudación de su vida. Pero, almismo tiempo, a esta euforia súbita, van siguiendo grandes preocupaciones para rehacer tanto como la guerra ha destruido y la esperanza —que no es una actitud arbitraria— de que cada guerra importante termine una época e inicie una nueva que, desde el punto de vista psicológico, presenta una serie de complejos {inferioridad de los vencidos, sanciones, transformación de instituciones y de mentalidades, mutaciones sociológicas, etc.) que, a su vez, van provocando poco a poco resentimientos y reacciones, en vencidos y vencedores, que, donde ha (parecido) que el ciclo estaba cerrado, las impulsiones belicosas están prontas de nuevo a manifestarse.

Porque forma parte de los comportamientos psicológicos del «fenómeno-guerra», dedica el autor en el capítulo una breve consideración a las formas de pacifismo, entendido, claro es, como lo contrario a la impulsión belicosa y que, por eso, es una reacción psicológica directa que afecta a la opinión sin pasar previamente, como los juicios teológicos o filosóficos, por razonamientos complicados; es, más bien, la expresión de una actitud, de un deseo.

Pero como el pacifismo se puede considerar como «la manera de cómo se reivindica la paz, y esto depende estrechamente de la conmoción dominante sobre la significación de la guerra», de aquí que las actitudes y doctrinas pacifistas se puedan dividir según que sus promotores consideren la guerra como «unacosa sagrada», o bien, despojándola de este carácter, la entienden como «unacosa profana», condenable y despreciable.

Dentro del pacifismo sagrado están, para el autor, el "pacifismo bíblico" (que consiste en velar porque no se denlas causas que provocan la sanción divina sobre la comunidad), el «pacifismo romano» {pacifismo de vencedores que cargan sobre los vencidos toda responsabilidad, estableciendo el «ius» entre los pueblos ya que desobedecer al pueblo romano es a la vez un crimen de lesa majestad y una impiedad), y el«pacifismo fatalista» (que se resume en una actitud de no-resistencia, porque la guerra es el inevitable instrumento del destino y no cabe sino inclinarse,ante el vencedor elegido de los dioses). En el pacifismo no sagrado, están el«pacifismo evangélico» (para el que la guerra es puramente humana) al que se pueden asimilar las doctrinas históricas de la no-violencia y el «pacifismo doliente» (que apela a los hombres presentándoles las crueldades, destrucciones y sufrimientos de todo orden que llevan en sí las guerras); el pacifismo «moderado» que tiende a moralizar la guerra más que a condenarla (este pacifismo es defendido por todos los autores de Derecho internacional); el «pacifismo belicoso» (que exhorta a los pueblos a hacer la guerra para poner fin a ella, «guerra a la guerra»); el «pacifismo irreverente» o irrespetuoso (quese esfuerza en desacralizar la guerra y ridiculizar los usos militares, el nacionalismo agresivo y la literatura sobre la guerra).

Un estudio científico sobre la guerra no puede menos de abordar el problema de las «causas» atribuidas a la guerra y «planes de paz».

Porque todo conocimiento científico es «conocimiento por las causas», la Polemología busca las causas de la guerra en sus distintos aspectos y los planes de paz que puedan ser su remedio.

Pero es un hecho desgraciadamente innegable la correlación guerra-paz, o paz y guerra, ya que si a las guerras han sucedido tratados de paz, pronto, nuevamente, a éstos suceden las guerras.

Es preciso, por ello, asegurar la paz sobre bases más estables que las de los tratados particulares y superar el círculo vicioso de que la violencia engendra la violencia perpetuamente; hay que tratar de «reemplazar los contratos o tratados por un estatuto o una ley internacional que permita evitar el recurso a la fuerza».

Para ello es preciso conocer los hechos que perturban la paz para dictar lasleyes apropiadas para descartarlos. Por eso «todos los planes de paz que nos han sido propuestos en el curso de los siglos están fundados, implícita o explícitamente, sobre una teoría casual de la guerra».

Pero como cada épocatiene sus motivos de guerra favoritos que preocupan a los contemporáneosy favorecen sus reflexiones, ios autores de planes de paz constatan que tal guerra ha tenido tal causa determinada que es generadora de todos los conflictos armados, por lo que proponen tal o cual medida que pueda abolirlos o centralizarlos y, por consiguiente, asegurar la paz definitiva.

Al tratar de delimitar y definir la guerra, ésta aparece como un fenómeno social muy complejo que presenta marcados caracteres económicos, demográficos, etnológicos, psicológicos y políticos que no pueden considerarse aislados ni cada uno de ellos, como causa productora exclusiva de la guerra.

Ni la economía liberal (acusada de ser la causa principal de la guerra) ni el capitalismo es más belicoso que otros sistemas.

¿Acaso quienes pronostican y propugnan su desaparición nos asegurarían (nos están asegurando ya) la paz universal?

La experiencia nos demuestra que los Estados socialistas no son menos sensibles a la gloria militar, y sus presupuestos militares nos dicen bien claro cuáles son sus intenciones «pacifistas».

La voluntad de poder y los impulsos belicosos parecen, pues, bien independientes de los sistemas económicos ya que en todas las estructuras nos encontramos Ejércitos y guerras.

Por eso ningún economista, historiador u hombre político ha podido precisar a qué grado de antagonismo económico debe necesariamente estallar la guerra.

Es más, parece que son los factores económicos los que están al servicio de las impulsiones belicosas; que es la economía siempre uno de los instrumentos de !a guerra,pero no que la guerra sea siempre instrumento de la economía.

Por lo que se refiere a los planes políticos de paz, éstos dependerán, en gran parte, de la función política de las guerras y lo que éstas afectan a las creencias, ideologías y técnicas.

Pero no siempre las transformaciones políticas que lleven consigo las guerras suponen, necesariamente, un progreso.

Segúnla «teoría causal» que es la base de estos «planes», la guerra es la consecuencia directa de la soberanía de los Estados; un Estado único y un único Soberano haría reinar la justicia y la paz sobre el mundo, eliminándose así la «inseguridad» y temor a los agresores eventuales.

Pero la Historia demuestra cómofueron relativamente breves los períodos de paz que siguieron a la constitución de grandes Imperios (el Imperio chino o el Imperio romano) y pronto las luchas o facciones, las querellas internas y las rivalidades entre los Ejércitos y sus jefes, hacen surgir las «guerras civiles» cuya importancia y crueldad es aún mayor que en las guerras internacionales.

Tampoco las experiencias de Super-Estados son más convincentes y eficaces en cuanto a la posibilidad de suprimir las guerras.

Los planes de «equilibrio entre los Estados», que tienenen cuenta el factor fuerza, parten del punto de vista de que la paz podrá sersubsanada por el «contrapeso» y «oposición» que se neutralizan unos a otros.

La paz sería así el resultado de una participación del mundo entre Estados de fuerza equivalente, en «zonas de influencia» mantenidos por el juego deacuerdos, alianzas y condiciones, que alejarían las tentaciones belicosas.

Pero también esta doctrina del equilibrio (que es, en definitiva, una concepción ofensiva y de mutua amenaza) se convierte fácilmente en fuente inagotable deguerras.

Los planes de paz fundados sobre los regímenes políticos responden a la creencia equivocada, de sus sustentadores, de que los regímenes políticos internos de los Estados son causas de guerra, o que tal o cual régimen políticoes esencialmente belicoso o pacifista, o también que la diversidad o identidadde creencias religiosas predispone necesariamente a los pueblos.

La experiencia de las guerras en todos dos regímenes políticos y entre los que profesan idénticas creencias religiosas, desmienten esas teorías. Lo mismo cabe decir del «principio de nacionalidades» que si parece debía conducir a la Humanidada una era idílica, se ha revelado tan fecundo en discordia como el principio dinástico. De los «planes jurídicos» desde la Edad Media a nuestros días y de las Federaciones, Congresos, Alianzas, Convenciones, Tribunales, Organismos Internacionales, Sociedad de Naciones, Carta de la O. N. U., Pactos, etc., destaquemos, al menos, su intención de evitar las guerras y sus plausibles «declaraciones» y postulados de que la guerra es el medio empleado por los Estados para imponer su voluntad, que este medio es brutal y debe declararse ilícito o reglamentarse rigurosamente.

Pero «la verdad es que la guerra —lamenta el autor— no es nuestro instrumento, somos nosotros los instrumentosde la guerra, se sirve de nosotros y se hace a través nuestro»; es como una epidemia psíquica, un delirio colectivo, la guerra «no es un medio, es un fin en sí, une fin qui se déguise en moyen».

Querer reglamentar o prohibir la guerra por medios jurídicos «parece tan vano como castigar por una ley elhecho de contraer la peste o la fiebre tifoidea».

El papel práctico esencial de la sociología —dice Bouthoul— debe ser "permitir al hombre dominar las impulsiones sociales, apartar y canalizar las fuerzas ciegas de la fatalidad".

Más aún, es preciso conocerlas. Es preciso desarraigar los impulsos bélicos del pensamiento de los hombres por la educación; vieja y nueva doctrina ésta donde el pacifismo estoico, desde la paz en San Agustín y Luis Vives hasta la auténtica doctrina pacifista propugnada por los últimos Pontífices y el Concilio Vaticano II.

Pero la propaganda de los «pacifismos» de nuestros días (cuando tantas de sus formas y manifestaciones nada tienen de pacíficas) lo mismo que los «planes de paz» no tienden sino a eliminar los motivos de guerra, por otra parte ya desacralizados o pasados de moda.

Los «planes demográficos» se basan en la restricción o limitación de la fecundidad natural, que ha revestido diversas formas a través de la Historia y que «cualquiera que sea la interpretación que se le dé, el hecho permanece y su persistencia y su generalidad deben hacernos reflexionar».

Sin embargo,la tesis de Malthus de que la guerra, como los hombres y las epidemias, es un modo de reequilibrio entre población y subsistencia, después de la explotación de América y de otros territorios ricos, pero todavía desiertos, que ha proporcionado a Europa una gran abundancia, «ha sido desmentida por los hechos». Pero no cabe duda que el factor demográfico ha jugado un gran papel porque «la superabundancia que precede a la guerra debe contar a la vez un surplus de produits et un surplus d'hommes disponibles».

Actualmente,,los dos países que se muestran más aptos para precipitar al mundo en una catástrofe guerrera, Rusia y los Estados Unidos, son precisamente los que cuentan a la vez las mayores reservas naturales y el mayor excedente real de hombres jóvenes. «Estructura explosiva llena de amenazas», dice Bouthoul para quien «más o menos tarde, en nuestras civilizaciones saturadas de hombres, se planteará la cuestión del desarme demográfico, no solamente de la «reglamentación numérica», sino también «los progresos de la biología y de la genética para la proporcionalización de grupos, edades y sexos».

Es más, añade el autor, «la declaración de Derechos del hombre de la O. N. U. ha olvidado un punto esencial: en una civilización mundialmente ordenada, sea socialista o liberal, se puede conceder al hombre todos los derechos que se quiera hormis celui de procréer inconsidérément». Porque «compromete el equilibrio económico y la seguridad del conjunto».

Son éstas, a nuestro juicio,palabras poco medidas por el autor, ya que el «derecho de procrear» no es de los que pueda «conceder» o no una Asamblea ni una civilización socialista o liberal, sino que es concedido por la naturaleza y siguiendo las «tendencias naturales» para la perpetuación de la especie; y «procrear inconsiderablemente» no es frase más feliz tampoco a no ser que con ello quiera justificarse el empleo de todos los medios para evitarlo y esto, a la verdad, no lo dice,al menos expresamente, el autor.

Entendemos que ha sido debidamente abordado el problema en estos últimos años en celebrados y discutidos documentos pontificios, y es posible que en sucesivas ediciones de La Guerre, su autor, el profesor Bouthoul, no dejará de mencionar la encíclica Humanae Vitae, muy documentada y de gran autoridad a este respecto.

De entre todos los «planes de paz» parece, evidentemente, el primero y más eficaz, «el plan de desarme», porque las guerras se hacen siempre con armas.

Suprimir todas las armas, prohibir el empleo de ciertas armas, o suprimir los Ejércitos permanentemente, son las modalidades de estos «planes de desarme».

Pero, teniendo en cuenta, precisamente, la influencia cada vez más destructora de las armas modernas y el terror que infunde a la Humanidad su empleo masivo, mantienen otros teóricos de la guerra que «las armas son el medio más eficaz de evitar las guerras».

La experiencia ha desmentido aquí también estas previsiones.

Y la limitación de los efectivos militares o la supresión de los Ejércitos propugnada por las teorías antimilitaristas,tampoco resultaría más eficaz porque «todo hombre es un soldado "eventual"» máxime en las guerras «totales» modernas.

Ni la pretendida creación de un Ejército internacional único al servicio de la Sociedad de Naciones, al que alcanzarían las mismas críticas que a los proyectos de un Estado único (del que hemos hablado anteriormente), porque, formado por hombres, éstos estarían tentados de mil maneras a tomar partido en toda suerte de conflictos siguiendo sus afinidades u opiniones. No la guerra la hacen los hombres «guerreros», y solamente desarraigandode los hombres (dirigentes y dirigidos) sus impulsos belicosos es como pueden evitarse las guerras. Y esto no es problema de «pacifismos integrales» (paz a toda costa), sino de «virtud» y «educación», de hombres «pacíficos», de moral individual, de la que la moral pacifista colectiva sería una lógica consecuencia.

La guerra es un hecho mil veces repetido.

Es un fenómeno social que, como todos los fenómenos sociales, tienen sus causas y motivos a los que obedecen y cuyo conocimiento nos proporciona la Polemología.

En la coyuntura actual parece —termina Bouthoul— que no hay sino la elección entre las dos conductas siguientes: o bien continuar preparándonos a la guerra armándonos más y mejor, o bien ver en la guerra un fenómeno social susceptible de ser estudiado en sus funciones, sus elementos constitutivos y sus causas. Y «susceptibles, por consiguiente, de prevención funcional».

En resumen, o estamos condenados a prepararnos para la guerra o a obrar por la Polemología.


EMILIO SERRANO VILLAFAÑE
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7.10.08

Para estudiar el parasitismo social

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Hacia una definición de parasitismo social

El parasitismo social es el proceso a través del cual una parte de la sociedad (clase, capa, estamento, segmento o grupo social) consume parte de la riqueza social sin haber contribuido directamente a producirla.

Desde Adam Smith sabemos que la riqueza social está constituida por los bienes que satisfacen las necesidades humanas y que la forma de crear la riqueza social es por medio del trabajo. De manera que un parásito social tiene dos tipos: el que definitivamente en nada ha contribuido a generar la riqueza de que se apropia y el que parcialmente o indirectamente ha aportado y obtiene una compensación desmedida por su aporte.

La imposición como mecanismo de aceptación

El parasitismo social dominante tiene como base la imposición.

Se impone de manera no violenta como costumbre o tradición, y para ello usa recursos ideológicos y teológicos, como pueden ser las justificaciones sobre el origen de la superioridad de los parásitos y su destino (origen divino o función deificada, superioridad racial, cualidades excepcionales ficticias, justificaciones de comportamiento servil o tiránico, mesiánico y otras).

Y se impone por presión y por represión, por la violencia armada y no armada, económica, política, social, a fin de que se acepte culturalmente la injusticia que implica el parasitismo social.

Una imposición parasitaria es doble: persuasiva y represiva; la persuasión contiene implícitamente o explícitamente la represión y viceversa, la represión siempre contiene elementos explícitos o implícitos de persuasión (de posibilidades de perdón y olvido si se aceptan, comparten o difunden actitudes favorables a los parásitos sociales).

La unicidad histórica del parasitismo social

Si bien el parasitismo social puede distinguirse como categoría histórica (no es lo mismo el parasitismo social entre las tribus prehispánicas de América que el parasitismo social en la América globalizada, por ejemplo) tiene una base común: la apropiación privatizada de los productos de la sociedad. La privatización de la apropiación y la socialización de la producción de la riqueza social.

Y esto no fuera problema económico y social si los recursos que son apropiados fueran abundantes naturalmente o abundantemente generados por el trabajo social, de tal manera que toda la sociedad tuviera condiciones de vida digna y posiblidades de mejorarla constantemente, pero constituye un problema social serio, profundo, cuando la privatización del consumo desmedido por un segmento reducido de la población implica la socialización de la privación de la insatisfacción de las necesidades básicas e importantes en la mayoría de la población o la privación de los recursos que corresponden a quienes han contribuido a generar la riqueza social con más mérito (medido por la cantidad y calidad de su trabajo) que los parásitos sociales usurpan de múltiples formas.

Poder y parasitismo social

El parasitismo social está asociado directamente al problema del poder y éste con el problema de la violencia.

Las luchas entre las tribus primitivas para apropiarse de las riquezas; los saqueos vikingos; la violenta colonización europea de América; la potencia militar romana para mantener la esclavitud antigua y la violenta cacería de esclavos africanos que dio origen al tráfico esclavista contemporáneo; los ejércitos coloniales y feudales para mantener la servidumbre agraria, el repartimiento y la encomienda; la policía antimotines para reprimir protestas sindicales contra la explotación obrera; el segmento burocrático y la dictadura antidemocrática; los modernos ejércitos para someter a las naciones y saquear sus recursos naturales. Son expresiones por medio de las cuales una parte minoritaria del todo social, ejerce el poder, el dominio violento con la finalidad de apropiarse de riqueza social que no ha creado o contribuido a generar de manera directa.

Hacia una tipología del parasitismo social.

El parasitismo social puede ser de dos tipos: principal y derivado.

El parasitismo social principal es el ejercido por el sector social que se beneficia de manera directa de la apropiación privada de la riqueza social. Para el ejercicio de su función el sector parasitario principal involucra a otros sectores sociales supeditados y que derivan privilegios, partes o residuos de la riqueza social apropiada mayoritariamente por el sector parasitario principal.

Históricamente esta función parasitaria derivada puede observarse en la plebe romana, que asistía como espectador en el circo romano. Los soldados y generales romanos actuaban como sectores parasitarios derivados cuando sometían violentamente de manera sangrienta a regiones tributarias y las saqueaban. Y el emperador y los amos, constituían el sector parasitario principal.

Entre los animales, una analogía del parásito social derivado puede encontrarse en la rémora, pequeño pez que acompaña al tiburón en sus depredaciones y que come de sus desperdicios.

Diferencias entre el parasitismo en la naturaleza y en la sociedad

A diferencia del parasitismo social en los animales, que corresponde al mundo de la naturaleza, instintivo, en el ser humano el parasitismo social tiene contenido moral, racional, de conciencia.

Los animales no tienen moral. El ser humano parasitario es amoral o inmoral, es un ser animalizado en diferentes grados, dependiendo de la tipificación de la falta de moralidad.

En toda sociedad el ser humano construye valores que rigen su conducta y adaptación social. Los valores y la moral, tienen un contenido histórico y geográfico. Por eso son cambiantes, y muchas veces los valores son contradictoriamente cambiantes: un comportamiento aceptado en un momento histórico puede ser rechazado en otro momento histórico; esto se aplica también a culturas geográficamente definidas: no son lo mismo los valores de reparto colectivo de la riqueza entre las tribus que viven en el estadio de la barbarie en el Amazonas de hoy que la avidez de la ganancia individual desmedida y especulativa en las zonas urbanizadas de Sao Paulo o Nueva York.
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1.10.08

Max Weber: concepto de emprendedor

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LA APORTACIÓN WEBERIANA AL CONCEPTO DE EMPRENDEDOR

Alfredo Rodríguez Sedano
Universidad de Navarra (España)

Juan Carlos Aguilera
Universidad Adolfo Ibáñez (Chile)

Las aportaciones weberianas a la investigación de las ciencias sociales, fundamentalmente metodológicas, van a constituir una nueva comprensión del modo como los agentes económicos atribuyen sentido a sus acciones. Estas deben ser comprendidas a partir de las condiciones intersubjetivas de su constitución. Se trata de comprender mejor la relación existente entre la lógica de la acción individual y la lógica de la acción colectiva.

Comenzaremos por resaltar la empatía de Weber con los teóricos de la utilidad marginal a través de la teoría del valor. A continuación examinaremos dos cuestiones que consideramos son claves para el tema que nos ocupa: el concepto de racionalidad, que subyace a la lógica de la acción colectiva que ocupa a la teoría económica, que termina por constituir un componente normativo de la profesión; y el proceso de diferenciación social mediante el cual explica la transposición que se produce en la racionalidad del nuevo agente económico.

Posteriormente, trataremos de ilustrar la idea de emprendedor que se desprende de la teoría weberiana, así como el papel que juega la ciencia en este proceso. Por último, señalaremos cómo el concepto de vocación actúa como vínculo entre la profesión y la racionalidad, teniendo presente el proceso de diferenciación social que advierte y hace referencia a las normas, valores y motivos del actuar del emprendedor.

1. Una aproximación a la teoría del valor

Resulta oportuno comenzar por una aproximación a la teoría del valor. Para ello es pertinente hacer mención, en primer lugar, a la empatía de Weber con los postulados de la utilidad marginal.

González hace notar que su relación “con la teoría económica marginalista no se limita a una referencia histórica a las posiciones de Menger. Gracias, sobre todo, a su relación con economistas de la segunda y tercera generación de la Escuela austríaca, como F. von Wieser y L. von Mises, podrá seguir de cerca los desarrollos más recientes de la teoría de la utilidad marginal hacia una fundamentación del problema del valor, que rompe con los supuestos psicológico-hedonistas del liberalismo manchesteriano”.

Alude este autor a las referencias explícitas de Weber a la figura de Menger, bastante abundantes, aunque puntuales, en la obra de Weber , en la que se hace referencia a los esquemas teóricos de Menger como tipos ideales de adaptación racional al mercado. También cita a Tenbruck, quien recuerda la influencia del marginalismo mengeriano sobre la teoría de la conceptualización típico-ideal de Weber, así como sus límites. También Tenbruck alude a F. Gottl, con quien Weber polemiza en sus ensayos sobre Knies, pero al que reconoce el mérito de haber logrado perfeccionar las construcciones racionales de Menger, limpiándolas de toda connotación psicologista.

Es importante esta apreciación, por cuanto que Weber se forma originariamente en la Escuela Historicista alemana. Sólo después de conocer los postulados mengerianos se desvincula del Historicismo alemán para asumir la teoría subjetiva del valor y el individualismo metodológico como modo de interpretar los fenómenos económico-sociales.

Hecha esta breve aclaración podrá entenderse adecuadamente la posición weberiana respecto a la teoría del valor. Se parte de un hecho: los fenómenos económico-sociales son algo con lo que nos encontramos. La experiencia lo demuestra y así lo hace notar Weber, cuando afirma:

“que nuestra existencia física, así como la satisfacción de nuestras necesidades más espirituales, choquen en todas partes con la limitación cuantitativa y la insuficiencia cualitativa de los medios externos necesarios para tal fin, y que tal satisfacción requiera la previsión planificada y el trabajo, a la par que la lucha contra la naturaleza y la asociación con los otros hombres, he ahí -expresado del modo más impreciso- el hecho fundamental al que se ligan todos los fenómenos que caracterizamos, en el sentido más lato, como económico-sociales” .

La asunción de los presupuestos de la utilidad marginal se concreta al especificar Weber que

“el carácter económico-social de un fenómeno no es algo que este posea objetivamente” .

Dicho carácter está condicionado por nuestro interés, es decir, por la significación que se le dé. La semejanza con Menger y Schumpeter es manifiesta: la utilidad no es algo intrínseco a las cosas, sino que está en la conexión causal del objeto y la satisfacción de una necesidad. Sin embargo, mientras que Menger y Schumpeter hacen depender el bien económico de la significación que le dé el individuo, Weber lo ve como resultado de la significación cultural específica que en cada caso atribuimos al proceso correspondiente. Los valores en Weber son entendidos como una cosmovisión cultural, una vez que se les despoja del carácter absoluto, perdiendo su universalidad y necesidad.

Dentro de los fenómenos económico-sociales con los que se encuentra el individuo, Weber distingue tres tipos:

1. Procesos cuya significación cultural reside esencialmente en su aspecto económico. A tales objetos de conocimiento les denomina procesos o instituciones económicas.

2. A esos procesos añade otros que no interesan propiamente desde la perspectiva económica, pero que, en ciertas circunstancias, cobran significación en ese sentido, porque producen efectos que sí interesan desde el punto de vista económico, a los cuales denomina “fenómenos económicamente pertinentes” (p.e., procesos de la vida religiosa).

3. Un tercer grupo de fenómenos no económicos, pero que en casos individuales están influidos por aspectos significativos que le confieren un carácter económico (p.e., la organización social interesada por el arte) a los que denomina “fenómenos económicamente condicionados”.

Las fronteras entre estos fenómenos económico-sociales no son nítidas. Lo que sí se observa de común en todos ellos es que el carácter económico -ya sea esencial u otorgado a un fenómeno- va a depender sólo en la medida y por el tiempo en que nuestro interés se dirija de manera exclusiva a la significación que posee respecto de la lucha por la existencia material.

Es ilustrativa esta precisión weberiana, porque se puede observar la perfecta sintonía con los marginalistas. De una parte, el interés -la significación en terminología mengeriana- que se otorgue a las cosas; de otra parte, la temporalidad como requisito necesario en el que se destaca la dependencia de los objetos a la satisfacción de necesidades. Dicha temporalidad viene a resaltar el dinamismo que Schumpeter confiere a la actividad económica. Por último, la lucha por la existencia material, en donde se aprecia el paralelismo con Simmel en relación a los conceptos de distancia y de procesos de diferenciación. El interés weberiano pone de manifiesto la distancia y, por consiguiente, la lucha por alcanzar el objeto deseado, dado el interés que el individuo muestra por su goce.

En la medida en que Weber amplía el objeto de estudio, de la acción humana a la acción social, no se ocupa sólo de los fenómenos esencialmente económicos, sino también de los pertinentes y condicionados en un marco de interacción social de los propios agentes. La alteridad va a estar presente en el análisis económico-social que lleva a cabo. Así, llama sociedad

“a una relación social cuando y en la medida en que la actitud en la acción social se inspira en una compensación de intereses por motivos racionales (de fines o de valores) o también en una unión de intereses con igual motivación” .

El nuevo espíritu económico empresarial que conllevan estos fenómenos económico-sociales se contrapone en Weber al espíritu tradicionalista o aventurero.

“Y esos nuevos empresarios no eran tampoco especuladores osados y sin escrúpulos, naturalezas aptas para la aventura económica, como las ha habido en todas las épocas de la historia, ni siquiera gentes adineradas que crearon este nuevo estilo oscuro y retraído, aunque decisivo para el desarrollo de la economía, sino hombres educados en la dura escuela de la vida, prudentes y arriesgados a la vez, sobrios y perseverantes, entregados de lleno y con devoción a lo suyo, con concepciones y principios rígidamente burgueses” .

El esfuerzo de Weber va dirigido a fortalecer la consciencia de la burguesía industrial alemana. “A los ojos de Weber, se señala en la Introducción a Sobre la teoría de las ciencias sociales (1985, V), sólo la hegemonía de ésta podía garantizar la transformación del Estado alemán. Pero esta transformación, ineludible si se quería mantener a Alemania como una nación vigorosa y respetada por sus vecinos, había de entrañar una racionalización de la vida social mucho mayor, es decir, una potenciación sin precedentes de la división burocratizada del trabajo” .

2. La racionalidad económica: la profesión

Nos encontramos, por tanto, con que

“el particular espíritu de la moderna práctica económica capitalista se encuentra en la metodización de la conducta, que al fin y al cabo es un tipo específico de racionalización de la acción humana” .

No es suficiente explicar el espíritu del capitalismo como un aspecto del proceso general de racionalización de la vida humana -tarea que lleva a cabo Schumpeter-, sino que es preciso “investigar de qué espíritu es hija aquella forma concreta del pensamiento y la vida «racionales» que dio origen a la idea de «profesión» y a la dedicación abnegada (tan irracional, al parecer, desde el punto de vista del propio interés eudemonístico) al trabajo profesional, que era y sigue siendo uno de los elementos característicos de nuestra civilización capitalista. Este elemento irracional que se esconde en éste y en todo concepto de «profesión» es precisamente lo que nos interesa” . Esta tarea coincide con una pretensión schumpeteriana, expresada en términos de deseo más que de investigación propiamente dicha: “nos encontramos a menudo con una actitud que es sin duda un requisito necesario para la teoría a la que hemos aludido. Por ejemplo, es necesario saber si la actitud racional o racionalista hacia la vida se ha formado o no por el tipo de mentalidad que domina en la sociedad burguesa” .

Comenzaremos por ilustrar qué entiende Weber por racionalidad, pues de este modo se entenderá mejor la contraposición que hace entre espíritu tradicionalista y el nuevo espíritu económico que da lugar al emprendedor.

El interés de Weber se decanta claramente por analizar el tipo de racionalidad que se introduce en el ámbito de la economía y en el de las organizaciones, especialmente de las burocracias. A este tipo de racionalidad la denomina racionalidad formal o también racionalidad con arreglo a fines. La presencia de este tipo de racionalidad en Occidente la vincula al proceso de industrialización. “La forma objetiva, institucionalizada y supraindividual es común a la racionalidad del capitalismo industrial, el derecho formalista y la burocracia administrativa; en cada esfera, la racionalización se incorpora a la estructura social y los individuos la encaran como algo externo a ellos” .

En Economía y Sociedad describe Weber el capitalismo y las formas organizativas de carácter burocrático como dos grandes fuerzas racionalizadoras.

Sin embargo, observa que la racionalidad formal no es originaria, sino derivada de otra, a la que denomina racionalidad sustantiva o también racionalidad con arreglo a valores. Este nuevo tipo de racionalidad se orienta por fines en el contexto de un sistema de valores dado, una cosmovisión cultural de valores.

Así, desde la perspectiva que ofrece la racionalidad formal, la racionalidad sustantiva es “siempre irracional, acentuándose tal carácter a medida que el valor que la mueve se eleve a la significación de absoluto, porque la reflexión sobre las consecuencias de la acción es tanto menor cuanto mayor sea la atención concedida al valor propio del acto en su carácter absoluto” . No obstante, ambos tipos de racionalidad tienen en común que constituyen el componente normativo de actuación del agente económico. La clave estará en ver cómo se explica la transposición de una racionalidad sustantiva a una racionalidad formal que es la propia de la ciencia económica. Sin embargo, deja claro Weber que “muy raras veces la acción, especialmente la social, está exclusivamente orientada por uno u otro de estos tipos. Tampoco estas formas de orientación pueden considerarse en modo alguno como una clasificación exhaustiva, sino como puros tipos conceptuales, construidos para fines de la investigación sociológica, respecto a los cuales la acción real se aproxima más o menos o, lo que es más frecuente, de cuya mezcla se compone. Sólo los resultados que con ellos se obtengan pueden darnos la medida de su conveniencia” .

Para tratar de comprender esa transposición, Weber trata de explicar que la racionalidad económica -racionalidad formal (con arreglo a fines)- actual sólo puede entenderse desde un tipo de racionalidad -racionalidad sustantiva (con arreglo a valores)- en pasado, que incluye un elemento de irracionalidad -dedicación abnegada al trabajo- que termina por constituir un componente normativo de la profesión. Un texto de Weber, junto al anteriormente citado, nos advierte de que el punto central de La ética protestante y el espíritu del capitalismo es la noción de profesión, como la forma típicamente moderna de racionalizar la conducta ética. “Esta racionalización de la conducta en el mundo con fines ultramundanos fue el efecto de la concepción que el protestantismo ascético tuvo de la profesión. Al renunciar al mundo, el ascetismo cristiano, que al principio huía del mundo y se refugiaba en la soledad, había logrado dominar el mundo desde los claustros; pero quedaba naturalmente intacto su carácter naturalmente despreocupado de la vida en el mundo. Ahora se produce el fenómeno contrario: se lanza al mercado de la vida, cierra las puertas de los claustros y se dedica a impregnar con su método esa vida, a la que transforma en vida racional en el mundo, pero no de este mundo ni para este mundo” .

Delimitado el campo de acción, el objetivo que busca Weber es claro: “la investigación ha de concretarse a establecer si han existido y en qué puntos, afinidades electivas entre ciertas modalidades de la fe religiosa y la ética profesional” .

La sociología comprensiva weberiana, en su intento de buscar relaciones causales, establece relaciones de significado -afinidades de conducta- de este nuevo fenómeno económico y social que constituye una ruptura con el tradicionalismo capitalista.

Observa Weber que la emergencia del emprendedor es el resultado -entendido como similitud que permite establecer relaciones de significado en un tipo especial de conducta- de hacer socialmente operativo el espíritu burgués a través de un ethos, un conjunto de virtudes que conforman un estilo profesional.

Como dice Weber, “no es fácil encontrar quien reconozca sin prejuicios que un empresario de este «nuevo estilo» sólo podía mantener el dominio sobre sí mismo, y salvarse del naufragio moral y económico, mediante una extraordinaria firmeza de carácter; y que (aparte de su clara visión y su capacidad para la acción) fueron precisamente ciertas cualidades éticas claramente acusadas las que le hicieron ganar confianza indispensable de la clientela y de los trabajadores, dándole además la fortaleza suficiente para vencer las innumerables resistencias con que hubo de chocar en todo momento; y, sobre todo, a esas cualidades debería la extraordinaria capacidad para el trabajo que se requiere en un empresario de esta naturaleza, y que es del todo incompatible con una vida regalada” .

La característica que observa en este nuevo espíritu empresarial es que «encarna cualidades éticas específicas».

Para Weber únicamente puede hablarse de moderno capitalismo si hace acto de presencia la ética profesional. Y esto porque, como observa de Franklin, en el ethos que expresan las máximas ético-económicas, “no se enseña una simple técnica vital, sino una ética peculiar, cuya infracción constituye no sólo una estupidez, sino un olvido del deber; y obsérvese que esto es algo rigurosamente esencial” .

Este ethos constituye una ética de conducta. Es en este sentido “en el que usamos nosotros el concepto de espíritu del capitalismo. Naturalmente: del moderno capitalismo. Es evidente que hablamos tan sólo del capitalismo europeo-occidental y americano. Capitalismo ha habido también en China, en la India, en Babilonia, en la Antigüedad y en la Edad Media; pero, como veremos, le faltaba precisamente el ethos característico del capitalismo moderno” .

Dando un paso más, señala Múgica que “en las réplicas a Fischer (1907 y 1908), Weber tiene ocasión de destacar, frente a Sombart, que su planteamiento se propone desentrañarnos el triunfo del capitalismo en el alma humana como un estilo ético de vida” . De este modo Weber da el paso al ámbito subjetivo de la conducta del nuevo empresario. “Para mi problemática que se interesa en el origen de este estilo de vida ético que era intelectualmente adecuado al estadio económico del capitalismo, representaba su victoria en el alma de los hombres” .

Lo que se resalta de este planteamiento weberiano, no es el ascenso del capitalismo como un tipo de conducta económica, sino el triunfo del capitalismo en el plano subjetivo de la conducta, como un estilo de vida, como forma de conducirse moralmente, como una forma de conducta metódica, que es la que caracteriza a la racionalidad del emprendedor.

De este modo podrá decir Weber que “una acción debe llamarse «económicamente orientada» en la medida en que su sentido subjetivo esté orientado por el deseo de obtener ciertas utilidades” . Es decir, todos los procesos y objetos económicos adquieren ese carácter por el sentido que en ellos pone la acción humana. De modo que los procesos económicos “poseen un peculiar sentido subjetivo, y sólo éste constituye la unidad de los procesos en cuestión y los hace comprensibles” .

Una precisión antes de entrar a tratar el proceso de diferenciación. Se ha afirmado anteriormente que la sociología comprensiva weberiana, en su intento de buscar relaciones causales, establece relaciones de significado -afinidades de conducta- de este nuevo fenómeno económico y social que constituye una ruptura con el tradicionalismo capitalista.

De este modo, al tratar de la conexión significativa entre la forma de conducta religiosa y la forma de conducta del agente económico, hablará de conexión significativa entre ambas formas. La tarea que queda por hacer es esclarecer la conexión de sentido. Weber es consciente de que esa afinidad no supone explicación causal propiamente dicha, sino mera causalidad significativa.

Este texto lo encontramos al referirse a la futura edición conjunta de los dos artículos que constituyen La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

Afirma: “intentaré eliminar toda expresión que simplemente pudiera ser interpretada como la deducción de formas económicas a partir de motivos religiosos, lo cual nunca he afirmado, e intentaré en lo posible hacer ver todavía más claro que es el espíritu de una conducta de vida metódica el que debe ser deducido de la ascesis en su nueva forma protestante, y que mantiene con las formas de la economía únicamente una relación de adecuación (...)” .

En su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo trata de dar cabal respuesta a la afinidad existente entre la racionalidad económica y esa otra que incluye un elemento de irracionalidad que procede del ascetismo calvinista. Una mejor comprensión de esa obra, en la línea que se viene tratando, puede verse en Múgica . Por nuestra parte, no es el propósito de este trabajo centrar la atención en esta obra weberiana; baste decir que los orígenes inmediatos del examen del espíritu del capitalismo moderno a manos de Weber pueden advertirse claramente en las contribuciones anteriores de Simmel y Sombart.

El capítulo 3 de la obra de Simmel, Filosofía del dinero, titulado “El dinero en la secuencia de los propósitos”, tiene una semejanza notable con la exposición que presenta Weber de la ética económica en el capítulo 2 de La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Simmel presenta el fenómeno del dinero como el ejemplo más extremo de un medio que se convierte en un fin. La influencia de Benjamín Franklin en Weber es muy clara.

De otra parte, los ensayos de Weber sobre la ética protestante pueden entenderse mejor como una respuesta específica a los detalles (pero no a la estructura) del argumento de Sombart, porque lo que atacan obviamente los ensayos de Weber son las dos afirmaciones de Sombart acerca de los elementos duales de «el espíritu del capitalismo moderno» y de sus orígenes judíos. Al no cuestionar la estructura de Sombart, su propia explicación revela idénticas ambigüedades etiológicas e inclinaciones tautológicas acerca de los efectos y la naturaleza del propio espíritu del capitalismo.

3. El moderno capitalismo occidental: el proceso de diferenciación

Centrándonos en la cuestión que queremos resaltar: la contraposición entre el espíritu tradicionalista y el nuevo espíritu económico empresarial, percibe Weber que lo que simultáneamente fue origen, al menos significativamente, de una nueva conducta racional, toma ahora tintes nuevos, por lo que capta una paradoja: la característica distintiva del moderno capitalismo occidental es que posee «un espíritu», pero a la vez afirma que el capitalismo puede funcionar -y funciona de hecho- al margen de dicho espíritu sin que por ello cambie la conducta en su forma.

Lo que está latente en esta paradoja es pensar una situación de equilibrio -indiferenciación- en que normas, motivos y valores que orientan la conducta del emprendedor constituyen una cierta unidad funcional indiferenciada, en la que la vivencia de los valores produce y reproduce el componente normativo de la conducta.

La indiferencia funcional afecta a los valores y a las normas. Desde esta perspectiva, una racionalidad sustantiva sería aquella en la que la orientación psíquico-subjetiva al valor por parte del emprendedor fuera tal que bastara para regular la conducta, como es el caso del calvinismo que encuentra en la predestinación la orientación psíquico-subjetiva que precisa la conducta. De este modo, el trabajo encuentra su sentido no en este mundo sino al que está orientado.

La consecuencia es que el trabajo se convierte en un fin en sí mismo que es lo que va a asegurar, mediante el éxito permanentemente logrado, la predestinación. En esta situación, la orientación de los valores y la vivencia de las normas se adecua en el plano subjetivo de los motivos al obrar. Sin embargo Weber, de modo similar a Menger y Schumpeter, es consciente de que el equilibrio es inestable; es decir, estos autores son conscientes del proceso de diferenciación social en el que se mueve el emprendedor. Dicho de otro modo, el sistema funciona, de hecho, diferenciando valores, motivos y normas que orientan la conducta del emprendedor. Diferenciación que ya se encuentra presente en Menger y en los motivos que mueven la actuación del empresario schumpeteriano.

Siguiendo el pensamiento de Múgica , la aportación weberiana trata de poner de manifiesto no una paradoja manifiesta, sino que lo sorprendente de su planteamiento es darse cuenta de que esa diferenciación no altera, en su forma, la conducta del emprendedor al vaciarla del espíritu que la iluminaba. Cuando Weber sostiene que la apropiación de las máximas subjetivas éticas ya no es una condición para la existencia del capitalismo, está queriendo expresar que la primitiva forma de conducta permanece -ahora diferenciada y autonomizada-, pero el espíritu que la animaba ha desaparecido. La posibilidad de esta permanencia de la conducta estriba en el poder de autonomización de la economía. Dicho poder consiste en que el componente normativo siga regulando la conducta, es decir, asegure la subsistencia de la forma en la conducta, pero sin el espíritu que le dio origen. La clave está en el proceso de diferenciación en el ámbito de la conducta: valores, normas y motivos. Lo que en origen eran unas ideas religiosas, se plasma ahora en unos valores culturales (cosmovisión).

En otras palabras, la religión, ahora secularizada, se objetiva en una visión ética del mundo.

¿Qué supone la objetivación de la religión en una visión ética del mundo? La consecuencia que se deriva es la despersonalización.

De acuerdo con Galeazzi, “la actitud egocéntrica, dirigida a vigilar, a dominar, a instrumentalizar al otro, se encuentra estrechamente unida a un pensamiento «disponente» y objetivante, que se olvida de aquello que conoce, al imponerle de manera arbitraria un fin subjetivo ajeno a la naturaleza del objeto. El sujeto se sitúa en el centro y observa todo lo demás sólo en función de los propios fines, como si fueran una proyección de las propias apetencias y deseos; los mismos esquemas cognoscitivos llevan aparejada una perspectiva que selecciona aquellos aspectos del objeto que pueden reducirse a reglas, preverse y utilizarse. Para el esclavo de esta visión, lo otro no existe en cuanto tal y, mucho menos, si es persona, en cuanto persona” .

Para el tema que nos ocupa, baste señalar por ahora que la racionalidad formal weberiana, que es la racionalidad con arreglo a fines que se encuentra en el ámbito de la economía y de las organizaciones, especialmente de las burocracias, no es originaria sino derivada de aquella otra, la sustantiva, que es la racionalidad con arreglo a valores, que encontró en el ascetismo calvinista.

Antes de continuar, sugerimos que el análisis weberiano de la racionalidad puede usarse como un criterio de ordenación de motivaciones en la conducta del emprendedor, hasta entonces desconocido. Los motivos de actuación del empresario capitalista se desprenden de la racionalidad dando lugar al siguiente esquema motivacional:

1) Conducta racional con arreglo a fines, determinada por expectativas en el comportamiento tanto de objetos del mundo exterior como de otros hombres, y utilizando esas expectativas como «condiciones» o «medios» para el logro de fines propios racionalmente sopesados y perseguidos.

2) Conducta racional con arreglo a valores, determinada por la creencia consciente en el valor -ético, estético, religioso o de otro tipo- propio y absoluto de una determinada conducta, sin relación alguna con el resultado, o sea puramente en mérito de ese valor.

3) Conducta afectiva, especialmente emotiva, determinada por afectos y estados sentimentales actuales, y

4) Conducta tradicional, determinada por una costumbre arraigada.


Este esquema motivacional no ha sido superado por las modernas teorías de la motivación, salvo la que, en nuestra opinión, ha llevado a cabo Pérez López .

Esquemáticamente, la teoría de la motivación weberiana, según la propuesta de Pérez López (...) radica en entender que, además de los motivos intrínsecos, en la motivación racional existen otros que guían la actuación del empresario: los motivos trascendentes. Dicha superación se produce, por parte de Pérez López, como lógica consecuencia de un uso metodológico que difiere, en su inicio, de los presupuestos weberianos.

Retomando la apreciación weberiana sobre la forma en que es percibida la conducta del moderno empresario capitalista, la economía, medio a través del cual se manifiesta la conducta, en la medida en que se ha mecanizado, no necesita de esas ideas religiosas. La racionalidad del empresario es una racionalidad formal, con arreglo a fines. Dicho de otro modo, se trata de una racionalidad instrumental en el que los fines vienen dados: son datos. Su actividad versará sobre los medios más apropiados conducentes al logro de esos fines.

Aron sitúa la razón por la que la moderna economía prescinde de las ideas religiosas, en el hecho de que el calvinismo favorece el individualismo.

El calvinismo posee el germen de su autodestrucción. “Esta derivación psicológica de una teología favorece el individualismo. Cada uno está solo frente a Dios. Se debilita el sentido de la comunidad con el prójimo y del deber respecto de los otros.

El trabajo racional, regular, constante, acaba por ser interpretado como la obediencia a un mandamiento de Dios” .

Como consecuencia de esta ruptura con las ideas religiosas, se fragua el dualismo presente en el quehacer económico: de una parte, el sentido funcional, entendido como componente normativo que regula la conducta; de otra, el sentido ético, entendido como una cosmovisión cultural de valores que carecen de valor absoluto y cuya incidencia es producto de un proceso de selección por parte del individuo.

De este modo, Weber contribuye a resumir los múltiples procesos sociales y culturales implicados para indicar los modos como están entrelazados y, al mismo tiempo, captarlos a nivel de la experiencia individual. En una palabra, capta tanto el optimismo libre de preocupaciones de la Ilustración como la desilusión que posteriormente experimentó.

Es ilustrativo cómo finaliza su Historia Económica General, haciendo mención al desplazamiento del ideal religioso en la ética económica como una de las realizaciones específicas del protestantismo, consistente en haber puesto la ciencia al servicio de la técnica y de la economía.

El capitalismo tiene ahora una vida propia que genera sus propias motivaciones, y no necesita ningún estímulo religioso para mantenerlas vivas.

En este marco weberiano puede explicarse el cambio progresivo en la conducta del empresario.

De una parte, de una racionalidad con arreglo a valores (sustantiva) se pasa a una racionalidad con arreglo a fines (formal), vinculando esta última en Occidente al proceso de industrialización.

De otra parte, la autonomización de la economía marcará la pauta y el papel que el empresario habrá de desarrollar.

Por consiguiente, la ciencia económica se basta a sí misma, porque el empresario capitalista ha visto que la misma ciencia no necesita de variables exógenas para su desarrollo y para el logro de sus fines.

El éxito, riguroso y calculador, no precisa ya del ascetismo.

El concepto de éxito -manifestado en el permanente logro de ganancia monetaria- de Weber es idéntico a la proposición general de Simmel de que, en las modernas sociedades de mercado de Occidente, el dinero se ha convertido en un fin en sí mismo, por lo que ya no precisa de variables exógenas al proceso adquisitivo. En vista de esta semejanza, Weber consideraba «brillante» el análisis del espíritu del capitalismo hecho por Simmel. Sin embargo, Weber critica a Simmel porque no establece una distinción adecuada entre la «economía monetaria» y el «capitalismo».

4. La comprensión del emprendedor

A la luz de lo anterior, conviene resaltar que, en una lectura atenta de La Ética protestante y el espíritu del capitalismo, lo que le interesa a Weber es entender el modo en el que se relacionan diversos tipos de conducta.

No deja de llamarle la atención que la mayoría de los nuevos empresarios pertenezcan a una nueva clase social: la burguesía.

Tampoco le pasa inadvertido que la mayoría se guíen por el espíritu calvinista.

En estos dos tipos de conducta, empresarial y calvinista, observa Weber una afinidad que no le pasa desapercibida.

El ascetismo que exige una dedicación intramundana del nuevo empresario capitalista guarda una clara afinidad con el ascetismo que exige la conducta calvinista.

Esta coincidencia del estrato social es lo que despierta el interés weberiano por estudiar la afinidad de ambas conductas y encontrar relaciones significativas entre ellas, que permitan comprender la emergencia del emprendedor.

¿Qué halla en el calvinismo que no encuentre en otras religiones? Lo que verdaderamente le interesa del calvinismo, no es la doctrina como tal.

No pretende Weber encontrar una relación causal unívoca entre el calvinismo y la emergencia del nuevo espíritu capitalista.

Después de hacer un exhaustivo análisis de las diversas concepciones religiosas (luteranismo, hinduismo, judaísmo, etc.), observa en el calvinismo algo que le dará la clave de cómo interpretar esta contraposición entre el espíritu tradicionalista y el nuevo espíritu económico empresarial.

La clave la encuentra en la forma en que es premiada la conducta del calvinista en orden a la predestinación. Si el calvinista desea saber si está predestinado o no para la otra vida, el punto de referencia lo tiene en la búsqueda constante del éxito en esta vida. El logro permanente del éxito le asegurará el fin pretendido: la predestinación.

Pero esta forma de actuación es muy similar a la que lleva a cabo el empresario capitalista que busca el éxito, riguroso y calculador, a través de la misma actividad. “El empresario despierta y dirige ampliamente las necesidades de los consumidores, cuando éstos pueden comprar” . Los supuestos de la utilidad marginal y la similitud con el innovador schumpeteriano están fuera de toda duda. Si no quiere ser excluido del nuevo orden capitalista, el empresario no debe dejar de buscar y encontrar el éxito en la actividad económica, de lo contrario el sistema competitivo acabará por expulsarle.

En esta afinidad de conducta entre el empresario burgués y el calvinista se percibe cómo las características que acompañan la conducta del empresario son similares a las que ya advirtiera Schumpeter al hablar del emprendedor: dinamismo y temporalidad.

El dinamismo propio del empresario weberiano se ve en la búsqueda del éxito. En su capacidad innovadora va a residir la posibilidad de lograr el éxito que requiere su actividad y que le es exigido para saber si realmente está predestinado o no. A ello dedica el empresario todo su empeño, no por el éxito en sí, sino como medio necesario para alcanzar el fin que le exige la otra vida, lo que conlleva una alienación del mundo ya que el trabajo es una forma de renuncia al mundo. Esto es posible porque el trabajo, para el empresario calvinista, recibe su sentido no desde el mundo en el que lo realiza y trata de transformarlo, sino desde el mundo al que se orienta en busca de la predestinación.

Pero no basta el dinamismo, el éxito puntual: es precisa otra variable que asegure el fin pretendido, la predestinación.

Esa variable ha de ser la temporalidad, que dota al dinamismo propio del empresario de una actividad constante e incensante en el logro del éxito puesto que la temporalidad es una medida que permitirá verificar la perdurabilidad del carácter empresarial, en la medida en que la clave de la temporalidad se sitúa en el proceso mismo, en el sentido de que el proceso es una serie de acontecimientos en curso a las que se vincula la acción.

No basta lograr una sola vez el éxito, ha de ser permamente.

El empresario weberiano es un hombre de acción. De ahí que, “por empresa (Betrieb) debe entenderse una acción -dinamismo- que persigue fines de una determinada clase de un modo continuo -temporalidad-” .

La predestinación calvinista pone el acento de la salvación en el logro del constante éxito y el carácter evolutivo del espíritu capitalista en la temporalidad para no perder el carácter empresarial. El ascetismo que exige una dedicación intramundana -elemento racional de la conducta- y abnegada -elemento irracional de la conducta-, por parte del empresario, encuentra su correlato en el ascetismo calvinista. La afinidad resulta significativa para la explicación que pretende hacerse.

De este modo, los fenómenos pertinentes, a los que se hacía mención anteriormente, tienen en la teoría weberiana un papel clave para entender una nueva conducta en el modo de llevar a cabo la práctica económica. Y esto porque, como ya se advirtiera, “esos nuevos empresarios no eran tampoco especuladores osados y sin escrúpulos, naturalezas aptas para la aventura económica, como las ha habido en todas las épocas de la historia, ni siquiera gentes adineradas que crearon este nuevo estilo oscuro y retraído, aunque decisivo para el desarrollo de la economía, sino hombres educados en la dura escuela de la vida, prudentes y arriesgados a la vez, sobrios y perseverantes, entregados de lleno y con devoción a lo suyo, con concepciones y principios rígidamente burgueses” .

Quizás ahora se entiende aún más por qué esta forma de conducta del empresario capitalista -orientada por fines- permanece exactamente igual que lo fue en sus orígenes -orientada por valores-, aunque vaciada del espíritu ético que lo iluminó.

Si en un inicio, Weber cree ver una relación de significado -afinidad- entre el calvinismo y la conducta que lleva a cabo el empresario burgués, ahora es el mismo éxito quien regula esa conducta. El ascetismo se ha secularizado y no podía ser de otra forma. La referencia en la actuación es ahora el éxito, una cosmovisión de valores culturales y la fe personal diferenciados, en lugar del espíritu religioso que dio origen a esa conducta. En la autonomización de esferas -economía y ética-, se mantiene la misma forma en la conducta del empresario carente de sentido, ya que de una orientación por valores se pasa a una orientación por fines, en los que estos ya están dados, coherentemente con la racionalidad económica que orienta la conducta del empresario. De este modo, la profesión, vaciada del espíritu que le dio origen, es un sinsentido que no es capaz de dar respuesta a los múltiples problemas que surgen, ya que los criterios de decisión son estrictamente económicos. La actividad del empresario se convierte en un fin en sí misma. Volveremos sobre esta cuestión al tratar de la profesión como vocación.

Será el momento de englobar los tres temas que hemos tratado: el proceso de diferenciación, la profesión como enclave ético y la conducta a la que da lugar la racionalidad económica del nuevo agente económico, que Weber explica a la luz de la diferenciación y la profesión.

La transposición del espíritu tradicionalista al nuevo espíritu económico empresarial también tiene su efecto en la relación medios-fines. Lo característico de esta última transposición es el carácter autónomo de las distintas esferas de la vida: política, ética y económica, otorgando al medio carácter de fin, como vieran Franklin y Simmel. La incidencia de esta transposición tendrá su correlato en la motivación del empresario: de una racionalidad con arreglo a valores se pasa a una racionalidad con arreglo a fines, en los que el fin ya viene dado, como un dato. No obstante, a pesar de la pérdida del espíritu que dio origen a esta forma de conducta, la profesión se mantiene y la ciencia sigue siendo esencialmente decisional.

Los valores religiosos dan paso a una cosmovisión de valores culturales. Esto posibilita que el empresario no esté determinado en su actuación por lo que la ciencia le dicte.

Para ello es preciso que, a continuación, nos detengamos en lo que Weber entiende por ciencia.

5. La ciencia económica

La dedicación intramundana del emprendedor encuentra en esta ciencia positiva el modo de lograr el mismo fin sin otras preocupaciones que las que la ciencia impone, es decir, la conveniencia o no de los medios conducentes al logro de los fines. Así, “cuando lo normativamente válido pasa a ser objeto de la investigación empírica, pierde, en cuanto objeto, su carácter de norma: se lo trata como algo que es y no como algo que vale” .

La incidencia en los medios hace que sea lógicamente imposible que una disciplina empírica establezca, científicamente, ideales que definan lo que debe ser. Ciertamente esto constituye una premisa fundamental de la epistemología neokantiana que Weber adopta, y es una posición que da forma a todo el conjunto de su obra. Consecuentemente, la teoría formal de los valores se constituye en fundamento de la teoría subjetiva del valor .

No obstante, a pesar del dualismo (de una parte, el sentido funcional; de otra, el sentido ético), la ciencia económica no ha abandonado su fundamento: sigue siendo esencialmente decisional. La razón de ello radica en el carácter mediático de la ciencia, puesto de manifiesto por Weber, y que hoy en día adquiere un relieve que merece la pena resaltar.

En la relación medios-fines se advierte el carácter mediático de la ciencia, subordinada a los fines que determina el sujeto, como consecuencia de un proceso electivo dentro de una cosmovisión de valores que orienta la investigación científica.

La teoría subjetiva del valor pone de manifiesto esta subordinación, al establecer una igualdad entre la significación de la satisfacción de necesidades y el valor de un producto. Dicho de otro modo, es el sujeto y no la ciencia quien establece los fines. Recuérdese, a este respecto, que el valor es un juicio de conciencia y, por tanto, el carácter de bien económico no es algo intrínseco a las cosas.

Como señala Weber: "puede también hablarse de progreso en las ciencias, siempre que se entienda por tales los conocimientos puestos al servicio de fines determinados (dichos fines los determina el sujeto que realiza esa actividad): la medicina subordinada a la salud y al dominio del dolor, la jurisprudencia al establecimiento y aplicación correcta de leyes, las ciencias históricas al conocimiento de las circunstancias que determinaron la aparición de cualesquiera fenómenos culturales, y así en los demás casos. Ninguna de ellas se cuestiona si aquello que constituye su a priori -la finalidad que marca el sujeto- debe o no existir, o cuándo es valorable su existencia desde puntos de vista axiológicos. Las ciencias técnicas progresan en la consecución de unos fines por cuya validez no se preguntan” .

Fuera de estos supuestos, la ciencia por sí misma no progresa, según Weber. El valor del conocimiento correcto (por el que se distinguen los pueblos civilizados) es un fin tan discutible como el interés en participar en la comunidad de hombres cultos, cuando éstos son los fines de la actividad científica. Cualesquiera que éstos sean suponen, siempre según Weber, una referencia a valores que depende por entero del sujeto y no de la ciencia misma. Una vez más hay que afirmar que la ciencia se ocupa de los medios conducentes al logro de los fines dados.

Sin embargo el servicio que presta la ciencia, tanto si el fin es obvio como si no, es valioso para Weber, porque en la vida cotidiana el empresario no tiene (ni quiere tener) conciencia de los valores a los que sirve. Recuérdese que se ha hablado de una cosmovisión de valores que han perdido el carácter absoluto y, por consiguiente, son cambiantes según el momento histórico en el que se viva. La ciencia puede ayudarle a superar esta situación, condicionada, según Weber, psicológica y pragmáticamente. Así se puede advertir que toda acción singular, y la vida como un todo, debe renunciar a determinados fines cuando elige otros, que existen valores irreconciliables y que las decisiones verdaderamente últimas, escogidas conscientemente, hacen que el alma escoja su propio destino.

El carácter decisional de la ciencia económica se observa cuando es la decisión la que, en última instancia, impide el conflicto. El conflicto se resuelve en la interpretación valorativa que dé el sujeto. De aquí que la valoración sea esencialmente decisional. Y sin embargo, nunca puede determinar la ciencia qué es lo que debe escogerse. La ciencia empírica no puede deducir contenidos de cultura o ideales éticos que sean obligatorios. Las elecciones últimas no se apoyan en los resultados de la ciencia: proceden de la propia decisión orientada por los intereses, la cosmovisión y la fe personales.

6. La profesión como vocación

Pero, a pesar de esta transposición de la racionalidad -de valores a fines-, del mismo modo que persiste la forma de la conducta vaciada de espíritu, la noción de profesión, que envuelve la tarea del empresario, permanece.

El espíritu del capitalismo, totalmente secular, se distingue actualmente por el sentido de empresa económica como vocación; el trabajo, la independencia y el éxito están todavía dotados de cualidades morales.

La ética del trabajo está compartida por muchos miembros de estratos no privilegiados, quienes están, por esta razón, hasta cierto grado, integrados en una empresa común con el empresario (o su sucesor).

La tensión entre el hombre profesional y los valores de la cultura, en la que se sitúa el emprendedor, fue puesta de manifiesto por Weber. Toda acción dentro del mundo que quiera ser racional tiene que contar con las condiciones del mundo. Al hacerlo, según Weber, la acción ha de soportar en sí una profunda tensión ética.

El valor de cada una de las alternativas puede evaluarse de acuerdo con un doble criterio:

1. El valor del éxito de la acción en el mundo (ética de la responsabilidad)0.

2. Algún valor intrínseco de la acción misma (ética de la convicción).


La contraposición entre ambas orientaciones éticas de la acción se manifiesta especialmente, según Weber, en cinco esferas de la actividad en el mundo en las que se mueve el emprendedor:

1. La actividad económica: en la esfera de la acción económica, «economía racional» equivale según Weber a «empresa práctica». Ello significa, en primer lugar, que la rentabilidad del capital es una categoría racional-formal, es decir, ajena a cualquier consideración material. La gestión económica que se orienta por ella es, para Weber, una actividad económica autónoma.

2. El hombre político: la contraposición entre la religiosidad del virtuoso y la ética del hombre político es, según Weber, máxima. Toda política realista que aspire a tener éxito en el mundo ha de orientarse necesariamente por la ética de la responsabilidad.

3. La estética: las tensiones entre la ética de la fraternidad o el rigorismo y la actividad artística aumentan cuanto más se convierte ésta en una esfera de educación específicamente laica y profana. El arte adquiere entonces de algún modo la función de redención intramundana: redención de la cotidianeidad y de la presión del racionalismo teórico y práctico de los órdenes sociales. Progresa además la autonomía de sus valores específicos.

4. La erótica: el comportamiento sexual constituye el cuarto ámbito en el que Weber advierte las tensiones entre religiosidad de virtuosos y vida intramundana. El amor sexual es el componente fundamental más universal, junto a los verdaderos intereses o intereses económicos y a los de poder y prestigio sociales, del curso real de la vida social humana. Las relaciones conscientes o inconscientes, directas o indirectas, entre religiosidad y sexualidad son por ello extraordinariamente íntimas. La religiosidad virtuosa se enfrenta a ella como contra el mayor poder irracional específico de la vida.

5. El conocimiento intelectual: la religiosidad alcanza el grado máximo y más profundo de tensión, finalmente, al enfrentarse con el ámbito del conocimiento intelectual.

Los sacerdotes se encuentran en una tesitura paradójica para Weber. Tienen, por una parte, que racionalizar la tradición o la profecía y transformarla en una religión literaria con escritura y doctrinas propias. Pero con ello favorecen la aparición de un pensamiento laico racional que se sustrae progresivamente a su control. De ese pensamiento surgen luego los profetas antisacerdotales, los místicos y sectarios que buscan la salvación en fórmulas no rituales, y también los escépticos y filósofos, enemigos de la fe. Para combatir este escepticismo religioso, que surge por todas partes, los sacerdotes intentan monopolizar la educación de la juventud. La religiosidad de salvación se defiende de la suficiencia del intelectualismo diferenciando su saber de fe y el saber de la inteligencia.

De este modo, al profesional sólo le queda considerar la «profesión» y la «cotidianeidad» como la única tarea sagrada, lo único que se ejerce por sí mismo, adquiriendo el trabajo sentido de finalidad en una actividad intramundana.

La actividad del empresario, del político, del científico, del artista, ejercidas como vocación, reclaman la entrega a la propia causa intramundana y sólo a ella. Todo hombre serio que vive «para algo», parafraseando a Weber, vive también «de» ese algo, que es lo que en última instancia da sentido a su conducta. Todo gran artista ha servido a su arte y sólo a él: lo muestra, según Weber, la vida y la obra de Goethe. En la ciencia sólo tiene personalidad quien está pura y simplemente al servicio de su causa.

Schumpeter entiende que “los empresarios pertenecen a un tipo especial y su conducta es el motivo de un número muy significativo de fenómenos” .

Weber, por su parte, observa en la conducta del empresario una llamada, que originalmente la encuentra en un ideal religioso -ascetismo protestante vinculado al calvinismo-, y posteriormente se vaciará de todo contenido religioso, por un proceso de diferenciación progresiva, para quedar en un concepto de cultura, con el mismo sentido de llamada.

La conducta empresarial siempre es entendida como racionalidad.

La principal diferencia entre ambos estriba en que el empresario de Schumpeter desarrolla virtudes como condición de su conducta con arreglo a futuro, cumpliendo así el principio de continuidad, mientras que el empresario de Weber desarrolla virtudes como consecuencia de su ascetismo intramundano. En Weber acentúa, por decirlo de algún modo, el aspecto valorativo, por su marcado carácter decisional, presente también en la concepción schumpeteriana; para éste, “la acción no sigue prontamente al deseo, correspondiendo solamente a ella en forma más o menos imperfecta” y “el campo de la elección individual está siempre limitado, si bien en forma y grados diferentes, por los hábitos y convenciones sociales, así como por elementos parecidos” .

En otras palabras, para Weber todo «ascetismo racional» pretende una afirmación de los «motivos constantes» del hombre frente a los afectos y factores sentimentales: sólo así consigue educar una personalidad en sentido, según Weber, psicológico-formal.

Las características de este ascetismo, que se corresponden con las características del empresario, son:
1. ser capaz de llevar una vida alerta, clara y consciente;

2. terminar con el goce despreocupado de la espontaneidad vital;

3. ello, por medio del orden en el modo de vida del virtuoso.


Weber distingue dos tipos de ascetismo, según sea su relación con el mundo:

1. El ascetismo negador del mundo: lo primario para el asceta negador del mundo es la búsqueda individual de la propia salvación mediante el hallazgo de un camino directo y personal hacia la divinidad. Sólo con esta huida del mundo el asceta perfecto puede llegar a realizar lo que está fuera de lo vulgar y de lo cotidiano;

2. El ascetismo intramundano: al situarlo en el protestantismo, tampoco hay una afirmación del mundo. El ascetismo es obra de virtuosos y la salvación alcanzable por unos pocos. El asceta escogido es consciente de que la llamada no depende de él, tiene que tener la conciencia de ser instrumento del dios mediante su obrar racional dentro y frente a un mundo, que mantiene su disvalor de criatura. Este ascetismo se convierte así en una tarea o «vocación».

El ascetismo racional en Weber -que es el ascetismo intramundano- se eleva a categoría de profesión. El asceta no huye del mundo sino que está vuelto hacia él en un sentido específico por un especial vínculo vocacional. Ese específico modo de insertarse el hombre en el mundo lo explica Weber al observar la posibilidad que tiene el empresario de tomar posición frente a los valores mediante una elección. La vocación es entendida como libre elección, propia de una posición inmanentista, frente a una concepción de la vocación entendida como tarea y destino en la que se forja la propia biografía personal y se despliega en el quehacer profesional, propia de una visión trascendente.

El obrar cotidiano, no tal como es en sí mismo, sino metódicamente racionalizado -propio del ascetismo intramundano- y puesto al servicio del ser supremo, se eleva a la categoría de «profesión». En efecto, “el sentido vocacional de la profesión estabiliza la relación existente entre los motivos psicológicos de la acción y las reglas de conducta ética que rigen la vida mundana del creyente calvinista” . Weber expresa esta idea con la afirmación: “desconocimiento del dualismo entre el individuo y la ética” . La no diferenciación viene propiciada porque el sentido vocacional de lo profesional -entendido como una forma de relacionarse el hombre con su profesión- implica una constitutiva referencia a valores religiosos que «racionaliza» la conducta global del creyente. De acuerdo con los preceptos divinos, el individuo adopta un estilo de vida que implica una racionalización de su existencia y supone “el impulso a controlar metódicamente en la conducta su estado de gracia, y por tanto, a ascetizar su comportamiento en la vida (...) Esta racionalización de la conducta en el mundo con fines ultramundanos fue el efecto de la concepción que el protestantismo ascético tuvo de la profesión” .

Se constituye así una «ética vocacional» que se propone la formación del «hombre profesional» de un modo más profundo, según Weber, que la simple afirmación del mundo del humanismo ingenuo de la antigüedad y del catolicismo laico. El asceta intramundano es un racionalista cuya vocación tiene por escenario el mundo, tal como se ha presentado en todas las direcciones ascéticas del protestantismo, rechazando del modo más radical que el fin religioso fuera la riqueza o algún otro bien terrenal. El determinismo de la concepción calvinista de predestinación ha sido, según una ética de la convicción, el medio de sistematización más poderoso de cuantos pueda imaginarse.

Una consecuencia importante que se deriva de esta ética vocacional para la actividad del empresario es que, si se despoja al trabajo del interés terrenal y se orienta con fines ultramundanos, entonces el trabajo aparece como una actividad impersonal que no recibe sentido desde el mundo en el que se inscribe y al cual transforma, sino desde el mundo al que se orienta: “cabe dudar sobre la magnitud del factor psicológico de la «alegría» que el artesano medieval sentía en su «creación»; pero algo de cierto habrá en ello. En todo caso, el ascetismo despojaba al trabajo de esta atracción puramente terrenal (hoy definitivamente destruida por el capitalismo), orientándolo hacia fines ultramundanos. El trabajo profesional en cuanto tal es querido por Dios. Lo que desde el punto de vista individual parece insensatez del trabajo, su impersonalidad, recibe glorificación religiosa” .
La impersonalidad del trabajo pone de manifiesto el carácter de renuncia como valor constitutivo del estilo de vida burgués. No renunciar a los fines terrenos es un modo de idolatría, porque altera el sentido del trabajo que recibe su sentido del mundo al que está orientado. A su vez, esta impersonalidad del trabajo conlleva un carácter extraño del mundo con una doble consecuencia: “por un lado, el trabajador se desdobla en su persona y en su función; únicamente según esta última, quien trabaja se empeña y entrega a este mundo, pero no lo hace por este mundo. La persona, si quiere estar a salvo de idolatría, orientará su actividad hacia fines ultramundanos. La segunda consecuencia de la impersonalización es que el trabajador, en su función, se torna indiferente, por lo que según la lógica funcional, resulta intercambiable” . El capitalismo se encuentra así con un mundo apto para desplegar en él la lógica de la productividad y del intercambio, que es la lógica de la indiferencia. De otra parte, la impersonalidad del trabajo favorece la comprensión del trabajo como mercancía.

Quizás lo interesante de este análisis weberiano sea poner de manifiesto que la anulación de todo interés personal pragmático terreno no da lugar a una mística contemplativa ni a un éxtasis orgiástico ni apático , sino al estilo de vida burgués: activo, racionalizador, metódico, austero, etc. Establece Weber una íntima conexión entre derivación utilitaria e impersonalización del trabajo. Esta derivación utilitaria acontece al mismo tiempo que desaparecen las raíces religiosas del moderno hombre económico, aún cuando permanezca como residuo el concepto de «deber profesional».

De este modo, “la actividad profesional es el resultado de que el trabajo se realice como un absoluto fin en sí mismo, por razón del peculiar tipo de vinculación vocacional que une al trabajador con el trabajo. Semejante vinculación está presidida por la idea de deber. La profesión encierra así un elemento irracional -la dedicación abnegada- y otro racional -la metodización de la vida-. Ambos conservan y evocan un fuerte matiz ascético” . La aspiración weberiana se centra en mostrar cómo a partir de una concepción del trabajo como fin en sí mismo propia de una ética calvinista, deriva una ética utilitarista. Para la comprensión del trabajo como fin en sí mismo es preciso tener presente dos importantes observaciones que le dan ese sentido: la impersonalización del trabajo y la alienación del mundo. A partir de aquí mostrará Weber cómo una concepción religiosa-utilitaria del trabajo -el calvinismo- como fin absoluto es solidaria con el utilitarismo económico que se encuentra en el espíritu capitalista. Quizás lo destacado de Weber sea comprender que la forma utilitaria, en ambos casos, se mantiene aunque entre un utilitarismo y otro medie un proceso de secularización. La continuidad en la forma de la acción es la que unifica el proceso histórico.

La influencia de la ética protestante en la cultura burguesa y en su concepto de trabajo profesional ha sido vista con acierto por Llano al establecer una semejanza entre estos dos tipos de utilitarismos: ética utilitarista y utilitarismo económico.

El trabajo profesional capitalista, en el que se manifiesta el emprendedor, presenta indudables rasgos ascéticos y, a su vez, la ascética protestante-calvinista llegó a convertirse en profesional. La similitud entre uno y otro utilitarismo se puede apreciar en el común carácter sistemático, racionalizador y burgués que poseen. “Para que ambos conceptos se acaben de identificar, Weber tiene que secularizar la ascética -abandonar lo religioso y quedarse con lo que tiene de racionalizador- y espiritualizar el trabajo -llamándolo vocacional por ser sistemático y abnegado; es decir, haciéndolo ascético sin raíces religiosas-. De este modo advierte Weber la influencia de la ética protestante en la cultura burguesa y en su concepto de trabajo profesional” .

Llegados a este punto, nos parece oportuno resaltar que respecto al valor probatorio de la tesis weberiana, que establece una conexión de sentido entre la racionalización de la conducta ético-religiosa y la racionalización de la conducta económica, resulta particularmente interesante la comparación que Llano hace de esa tesis con el concepto aristotélico de verosimilitud. Esta “es sobre todo la cualidad que tienen la mayoría de sus interpretaciones de los procesos históricos. En primer lugar la referida a la ética protestante y el espíritu del capitalismo, pues si alguna es la causa de su evidencia intuitiva y de la aceptación por parte de muchos es la de resultar una interpretación verosímil. Weber parte de una afinidad electiva entre un determinado comportamiento activo económico y otro comportamiento activo religioso; afinidad que se hace metodológicamente más verosímil por la construcción de unos respectivos tipos ideales con puntos comunes de transición (trabajo profesional vocacional y ética ascética profesional), y cuyo punto de contacto causal se determina con la construcción de los respectivos procesos ideales de acercamiento (ascetización del trabajo profesional, utilitarización y secularización de la ética religiosa del trabajo). De este modo cierra Weber la “cadena de combinaciones” que se dieron a su juicio sobre suelo calvinista” .

Aunque pueden tratarse otras muchas cuestiones, destacaríamos dos aspectos que me parecen de sumo interés en toda la interpretación que lleva a cabo Weber y que tendrán su incidencia en el posterior desarrollo de la teoría del emprendedor:

1. En el planteamiento weberiano del emprendedor cabe destacar una acertada interpretación: “la autonomización de la economía implica un problema moral, porque supone a su vez la autonomización de la moral. Sin embargo la conclusión pesimista de que la autonomización anuncie y realice el ocaso del espíritu religioso que los unificó, sólo es comprensible desde el desenfoque en el modo de abordar el tema de la diferenciación social: el recurso al espíritu cristiano-calvinista del capitalismo como elemento unificador que verifica la transformación de la economía en una ética absoluta y viceversa, por lo que ambas resultan indiscernibles. La respectiva autonomización de ambas esferas de valor -la económica y la moral- da lugar, por un lado, a una liberación del moderno hombre económico y, por otra, a una ética objetiva del mercado que no necesita de cualidades éticas del individuo” .

2. El comprensible desencanto weberiano, puesto de manifiesto en La Ética protestante y el espíritu del capitalismo, como consecuencia de que la autonomización de la economía suponga la autonomización de la moral, no debería hacernos pasar por alto la cuestión crucial a la que alude: la preocupante supeditación del espíritu de empresa y su potencial ético a los automatismos económico-financieros. En la medida en que la profesión empresarial se desvincula de su ethos y pasa a ser guiada por la pura racionalidad estratégica, en el capitalismo vuelven a hacer acto de presencia rasgos de su proto-historia, el más significativo de los cuales es lo que Weber llamó “capitalismo aventurero”. La raíz de ese desencanto está, de acuerdo con Múgica, en el desenfoque con el que aborda el tema de la diferenciación social: el recurso al espíritu cristiano-calvinista del capitalismo como elemento unificador o de síntesis inicial.

7. Conclusión

Como conclusión a la aportación que hace Weber a la teoría del emprendedor, destacaríamos, por una parte, que en la preocupación que manifiesta Weber quedan por resolver muchas cuestiones para una adecuada teoría del emprendedor. Y no se trata de cuestiones marginales. Como señala Martín “están en juego cuestiones tan decisivas como la fundamentación de los valores sociales y su posible validez transcultural, así como el sentido de la naturaleza humana, al menos como término de referencia de los sistemas culturales. Pero están también en juego cuestiones directamente relacionadas con el cambio social, el sentido de la racionalidad y su relación con la libertad, la conexión indiscutible entre las formas de organización de la sociedad, la realización personal y la felicidad” .

Por otra parte, nos parece ilustrativo hacer notar, y en esto convenimos con Martín, que “la vigencia de un paradigma no implica la existencia de una conexión reconocida y consciente con el creador del paradigma, sino, simplemente, la inserción en el contexto de los que piensan la realidad dentro de un mismo marco de referencia” . De este modo, lo común a todos los autores que se mueven en el paradigma weberiano es la centralidad de la acción social y, en buena medida, la centralidad del sujeto como conciencia racional. Por consiguiente, la importancia de la metodología weberiana, para la finalidad de este trabajo, reside, como señala Martín, “en el hecho de haber elaborado la trama sobre la que cada cual trazará su propio diseño, pero de la que nadie hasta nuestro tiempo ha podido escapar” .
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