31.1.08

¿El primer sociólogo de la historia?

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En esta biografía de Ibn Jaldún la Organización Islámica Argentina, da elementos para considerar a Ibn Jaldún, como el padre de la Sociología, o el primer Sociólogo de la Historia. Ives Lacoste, en una cita al final de esta biografía, lo reputa como el iniciador de la ciencia de la Historia. También otros lo reputan como el primer economista y sus observaciones sobre el sistema de precios en su época atestiguan su aporte científico. Ciertamente la Sociología, la Historia y la Economía son ciencias sociales muy próximas y en su origen, no estan diferenciadas en el pensamiento científico. En la actualidad cada una de ellas tiene un cuerpo teórico propio, sólido, con sus teorías, leyes y categorías; pero también, paradójicamente, están más separadas pero más unidas, todo hecho social es un hecho histórico y la esencia de los hechos sociales se basa en los intereses económicos. De ser así, la presencia de Ibn Jaldún conforme lo descrito en esta biografía, es justificada.

Véase completa en:

http://www.organizacionislam.org.ar/articulos/ibnjaldun.htm

1406 - 2006

SEXTO CENTENARIO DE LA DESAPARICIÓN FÍSICA DE IBN JALDÚN

EL PADRE DE LA SOCIOLOGÍA MODERNA

Ibn Jaldún, un precursor del historiador moderno

Por el Prof. Ricardo H. S. Elía (Codirector del Instituto Argentino de Cultura Islámica)

«El futuro y el pasado se parecen como dos gotas de agua»

Ibn Jaldún

«Estudiar la obra de Ibn Jaldún no es volver la espalda a nuestro tiempo, sino más bien, hacer avanzar el análisis de las causas profundas de nuestros grandes problemas actuales».

Yves Lacoste

Hace seis siglos se manifestaba por primera vez una concepción científica de la historia. El hecho ocurrió en el mundo islámico y el honor cayó sobre el erudito Ibn Jaldún. Fue contemporáneo del infatigable viajero tangerino Ibn Battuta, de Giovanni Bocaccio, el autor italiano de ‘El Decamerón’, y del tristemente célebre conquistador Tamerlán con quien tuvo un breve pero conflictivo encuentro.

Abu Zayd Abd ar-Rahmãn Ibn Muhammad Ibn Jaldún al-Hadrami vio la luz en Túnez el 27 de mayo de 1332, en un mundo culto y elegante, donde las fuentes murmuraban en los soleados patios y la música, los libros y el sosiego meditativo alternaban con los asuntos de estado, siempre interesantes pero no exentos de peligros.

Su familia, oriunda de la Arabia meridional (Hadramaut), había emigrado a España en el siglo VIII, durante los primeros años de la conquista musulmana, y se había radicado en la Sevilla (al-Isbiliyya) a orillas del Guadalquivir

Tres siglos más tarde, los Banu Jaldún eran los líderes políticos e intelectuales de aquella Sevilla dorada. En la mitad del siglo XIII, huyendo de los ataques castellanos, los orgullosos patricios de raigambre árabe pasaron al noroeste de África donde, merced a la influencia de sus amigos, pronto recuperaron riqueza y honores. El abuelo y el padre de Ibn Jaldún además de desempeñar cargos políticos en el gobierno hafsí (1) integraron cofradías místicas.

Tras el restablecimiento del puro monoteísmo por el Profeta Muhammad, hacia el 630, cuando los musulmanes entraron en La Meca, el Islam se extendió rápidamente más allá de las fronteras de la península arábiga, y siguió extendiéndose hasta mediados del siglo X, época en que llegó a su cenit al abarcar la mayor parte de la ecumene. Por el oeste llegaba hasta África del Norte y el Atlántico, las islas de Sicilia y Creta y casi toda España (con una posesión en la costa azul francesa). Por el norte, Siria, Armenia y las regiones del Cáucaso estaban bajo la dominación islámica, así como, más al este, Mesopotamia, Irán, Afganistán, la Transoxiana y parte de las llanuras del norte de la India.

Los horizontes culturales y geográficos de Europa estaban limitados en casi todos los sentidos por el Islam, que mientras las civilización occidental dormitaba en una profunda tiniebla, llegó a alcanzar el cenit de su prosperidad.

Pero hacia el siglo XII, la decadencia de la civilización islámica se había manifestado ya y, en la época de Ibn Jaldún, ofrecía un espectáculo de esplendor fatalmente marcado por el morbo de la desintegración. En sus años de grandeza, sin embargo, no sólo conservó encendida el Islam la antorcha de la sabiduría que Grecia alumbrara, sino que hizo valiosas contribuciones propias, en lo científico y lo espiritual.

Por aquel entonces los musulmanes cultivaban casi todas las artes, además de la navegación, el comercio y la arquitectura y transmitían al Occidente los frutos y técnicas de toda esa actividad. En ciencia y filosofía, los pensadores musulmanes no sólo conservaron todas las conquistas de los griegos sino que, en aspectos tan importantes como prácticos, perfeccionaron y desarrollaron todas las disciplinas enriquecidas por el genio de éstos, convirtiéndose así en nexo entre lo antiguo y lo moderno. El interés europeo por la obra de Aristóteles, por ejemplo, se despertó por primera vez a través del contacto con el pensamiento de Averroes, el filósofo, médico y juez cordobés.

Esta civilización dio al mundo eminentes eruditos, médicos, físicos, astrónomos y naturalistas. Los musulmanes perfeccionaron el cálculo aritmético y fundaron el álgebra y la trigonometría. Resulta más difícil definir la influencia literaria y puramente intelectual del Islam, ya que como ocurre con muchos estudios árabes, persas y turcos, en este caso los textos se perdieron hace siglos o no han sido todavía objeto del necesario análisis.

Hacia el siglo XII, la Europa occidental, latina y cristiana, comenzó a traducir y aceptar las obras de los eruditos musulmanes. Hacia mediados del siglo XIII, el mundo islámico y el Occidente estuvieron más unidos intelectualmente que nunca.

Sin embargo, a partir de la desaparición de la Sicilia arabizada de Federico II en 1250, y particularmente al caer el sultanato de Granada en 1492, se perdieron todos aquellos conocimientos orientales que no habían sido absorbidos ya. Mucho, felizmente, se había asimilado, y los musulmanes fueron objeto del mismo respeto que los griegos hasta que los métodos científicos modernos acabaron con las nociones de unos y otros. Precisamente en este aspecto de los métodos modernos, Ibn Jaldún, primero en tratar a la historia como objeto digno de una ciencia especial, fue un precursor asombrosamente prematuro, y cabe preguntarse cómo se adelantó tanto a su tiempo.

Los Banu Jaldún hicieron estudiar a Abd ar-Rahmãn con los mejores maestros del Magreb (Occidente musulmán) de su época. Él recibió una educación árabe clásica, estudiando el Sagrado Corán y la lingüística árabe, y las bases para la comprensión del Corán y la ley islámica (Shari’a), Ahadiz (narraciones sobre el modelo profético) y Fiqh (jurisprudencia). El místico y filósofo al-Abili lo introdujo en las matemáticas, la lógica y la filosofía. Así estudió la obra de Ibn Sina, Ibn Rushd, ar-Razi y at-Tusi.

A los 17 años, este hombre de múltiples talentos perdió a sus padres y a muchos de sus maestros durante la terrible epidemia de la Peste Negra (1348-1349).

La formación de un erudito musulmán se consideraba entonces como un proceso que tomaba la vida entera, y la escrupulosa lista que Ibn Jaldún hace de sus profesores es imponente. Pero al dar esta lista está presente al mismo tiempo sus credenciales académicas, de las que se deduce que su mente abarcaba un panorama muy vasto, por no decir enciclopédico, rehuyendo la especialización, rasgo que tiene especial importancia dentro de su obra.

África del Norte se dividía por aquel tiempo en tres reinos, en pugna unos con otros y desgarrados por luchas internas (2). La participación activa que tuvo en política permitió a Ibn Jaldún recoger el material que luego iría a servirle para su teoría sobre la grandeza y decadencia de las naciones.

A la edad de 20 años comenzó su carrera política en la Cancillería del soberano hafsí Ibn Tafrakin con el cargo de Kātib al-‘Alāmah, el cual consistía en escribir en una refinada caligrafía las típicas notas introductorias a los documentos oficiales. Ese mismo año, Abu Ziad, el sultán de Constantina marchó sobre Túnez y derrotó a Ibn Tafrakin. Ibn Jaldún, infeliz con tamaña suerte, siguió a su maestro al-Abili a Fes (Marruecos). Allí, el sultán meriní Abu Inan Faris (1348-1358) le otorgó una posición como calígrafo de proclamaciones reales. Sin embargo, en 1357 una desavenencia en la corte provocó que Ibn Jaldún (que por entonces tenía 25 años) fuese condenado con una larga sentencia en prisión. A la muerte de Abu Inan en 1358, su visir al-Hasan Ibn Umar lo liberó (luego de 22 aciagos meses en las mazmorras) y lo reinstaló con su cargo y honores en la administración de los Banu Marin (Meriníes).

Completamente insertado en el campo político, Ibn Jaldún conspiró contra el sucesor de Abu Inan, Muhammad II as-Said, con su tío exiliado, Abu Salim. Cuando Abu Salim tomó el poder le dio a Ibn Jaldún una posición ministerial, la primera que colmó las expectativas del noble tunecino.

Paradójicamente, después de la caída de Abu Salim (1359-1361), Abu Umar Tashfín, amigo de Ibn Jaldún desde hacía cierto tiempo, no le reconoció sus valores y tampoco le distinguió con cargo alguno. Al mismo tiempo, el ingrato reyezuelo le previno de no acudir a ningún tipo de alianza con los Abd al-Wadids de Tlemcén. Por esa razón, Ibn Jaldún creyó prudente cruzar el mar e irse a Granada.

Ibn Jaldún había rendido ya servicios al sultán nazarí, por lo que éste lo recibió fastuosamente enviándolo luego como emisario pacífico a ver al rey castellano Pedro el Cruel. Este fue el primero y único contacto directo del historiador con la Europa cristiana. Además, gracias a este viaje, Abd ar-Rahmán pudo visitar Sevilla, cuna de sus antepasados. Pero en 1365 estaba de vuelta en África del Norte, en Bugía, como primer ministro del sultán hafsí Abu Abdallãh. Éste había sido su compañero de prisión en Fes y lo recibió muy cordialmente.

Los nueve años que siguieron fueron, sin duda, los más inciertos en su azarosa carrera. En el complicado caos político de los reinos norteafricanos no resultaba fácil encontrarse siempre del buen lado. Constantemente se requerían sus servicios como juez, como funcionario y como político. Las exigencias de los príncipes y las intrigas de los rivales que sospechaban de él frustraban todos sus esfuerzos por tener un poco de paz, por gozar de un poco de contemplación.

Durante este período Ibn Jaldún llevó a cabo una aventurera misión para cobrar impuestos de las tribus beréberes locales que además le sirvió de mucho para sus estudios sociales.

Después de la muerte de Abu Abdallah en 1366, Ibn Jaldún cambió varias veces de lado con el nuevo gobernante de Tlemcén, Abu-l Abbãs. Años más tarde, éste fue tomado prisionero por Abd al-Aziz quien derrotó al sultán de Tlemcén y se hizo dueño del trono. Ibn Jaldún optó por entonces ingresar en una cofradía sufí y permanecer en una especie de retiro espiritual hasta que en 1370 fue llamado por Abd al-Aziz.

Después de la muerte de Abd al-Aziz, Ibn Jaldún residió en Fes disfrutando del patronazgo y confidencias de la corte meriní. Fue entonces cuando sucedió una noche entre Mayo-Junio de 1375 el trágico episodio durante el cual fue estrangulado su íntimo amigo Ibn al-Jatib (1313-1375). El eminente polígrafo y ex canciller del sultanato de Granada había caído en desgracia con el sultán Muhammad V y había sido obligado a solicitar refugio en la corte meriní donde fue traicionado por su anfitrión. Ibn Jaldún deplora así la muerte de su amigo y colega: «... Ibn al-Jatib, que murió recientemente en martirio, víctima de sus adversarios».

Ese mismo año, luego de haber abandonado intempestivamente Fes (hoy Marruecos), fue enviado por Abu Hammu, el sultán Abd al-Wadid de Tlemcén (hoy Argelia) para una misión entre las tribus Dawadida, Ibn Jaldún bastante preocupado por los trágicos avatares de la vida política, y particularmente por la muerte de Ibn al-Jatib, decidió refugiarse en el seno de una tribu bereber, los Awlad Arif de Argelia central, en la localidad de Qalat Ibn Salama (en el sudoeste de Frendah, 46 kms. al oeste de Tiaret, Orán).

Allí pasó más de tres años rodeado de paz, de comodidades y de soledad, gracias a los cuales comenzó a escribir la primer aparte de su gran historia universal.

«Completé la introducción —dice Ibn Jaldún— con el extraordinario ánimo que me inspiraba aquel retiro. Las palabras y las ideas brotaban en mi cerebro con la misma fluidez con que cae la crema en una mantequera».

Luego le llevó tres años más el completar su inmensa obra, que retocó y se pasó poniendo al día durante largo tiempo. En la Muqaddimah, o Prolegómenos —que seguramente son su título mayor a una fama duradera— el autor establece la primera teoría realista de la historia. Del volumen II al VII se ocupa de los sucesos registrados en el mundo preislámico y de la civilización musulmana y árabe oriental. En el volumen VIII y en el IX trata del Occidente musulmán. Como Ibn Jaldún fue testigo presencial de los hechos que refiere, estos documentos se consideran todavía hoy la fuente más auténtica de la historia bereber y del norte africano.

En 1378 Ibn Jaldún volvió a su Túnez natal que por entonces estaba en las manos de Abu l-Abbãs Ahmad II, el otrora gobernante de Tlemcén que volvió a tomar a Ibn Jaldún en su servicio. Las relaciones de Ibn Jaldún con su antiguo empleador no fueron nada felices, especialmente después de que Ibn Jaldún le presentó al soberano una copia de su obra completa que omitía el habitual panegírico con que se honraba al príncipe de turno. Con la excusa de realizar la santa peregrinación a La Meca —algo que no podía ser negado a ningún musulmán— Ibn Jaldún abandonó para siempre su querida Túnez.

El 24 de Octubre de 1382, el escritor se embarcaba rumbo a Alejandría sin su esposa e hijos, que quedaban atrás, quizás como rehenes para forzarlo a volver. A partir de entonces, sus únicos contactos con el Occidente islámico fueron por carta y a través de los viajeros que llegaban o partían del y hacia el Magreb. Llegar a la antigua capital de los Tolomeos le llevó cuarenta días debido a las fuertes tormentas que obligaron al navío a recalar en distintos puntos de la costa africana. Pocas semanas después se dirigía a El Cairo, donde, salvo alguno que otro viaje al este —dentro del mundo musulmán— permaneció el resto de su vida.

Egipto, gobernado por la dinastía de los mamelucos circasianos (3) era por aquel entonces la parte más estable y próspera del Islam. A Ibn Jaldún lo maravilló la belleza de El Cairo, cuyos colegios, mezquitas, calles repletas de gente y jardines le parecían otros tantos rincones del paraíso. Poco después de su llegada dictaba conferencias en la Universidad del Azhar y, en

1384 cuanto se produjo una vacante, el sultán al-Malik udh-Dhahir Barquq lo nombró profesor de jurisprudencia maliki en la Madrasa Qamhiyyah.

No pasó mucho tiempo sin que se lo designara jefe de los jueces malikíes de Egipto(4). Una vez más, pese a las adversidades y sinsabores, se encontraba Abd al-Rahmãn Ibn Jaldún en una situación de prestigio e influencia.

Sin embargo ese año de 1384 traería una gran fatalidad a Ibn Jaldún. Su esposa e hijos que finalmente habían podido salir de Túnez para reunirse con él murieron en la travesía al naufragar el barco que los traía en las afueras de Alejandría.

En 1387 emprendió por fin el viaje a La Meca, travesía de la que debía regresar en mayo de 1388 para ser objeto de nuevos nombramientos académicos y nuevos honores.

En 1399 murió Barquq, a quien sucedió, a los diez años de edad, su hijo Faraÿ apodado an-Nasir. Ibn Jaldún, como uno de los cuatro jueces principales de Egipto que era, acompañó oficialmente al príncipe niño a Damasco, visitando a la vuelta, en calidad de peregrino, Jerusalén, Belén y otras ciudades santas, tanto cristianas como musulmanas, lo cual no puede extrañar a nadie si se piensa que los musulmanes consideran a Jesús, el hijo de María, como un Profeta de Dios.

En el otoño boreal de 1400 Timur —mejor conocido por el nombre de Tamerlán y bien llamado "el príncipe de la destrucción" (5)— amenazaba con sus crueles hordas a Siria. En octubre conquistaba Alepo y su poderoso ejército comenzó avanzar hacia Damasco. Contra su deseo, Ibn Jaldún tuvo que acompañar otra vez a Faraÿ. como juez y consejero, en una expedición que tenía por fin el de liberar a la capital de Ash-Sham del azote turco-mongol. Un cronista contemporáneo, Al-Qalqashandi (6) describe despectivamente esta fuerza llamándola "ejército sin general y general sin ejército".

En los alrededores de Damasco tuvieron lugar varios encuentros no decisivos entre ambas fuerzas, pero en la primera semana de 1401 llegaron allí noticias que una revuelta amenazaba estallar en Egipto de un momento a otro. Faraÿ regresó a su palacio, dejando en Damasco a Ibn Jaldún y la mayor parte del séquito que lo acompañaba para que defendieran y salvaran la ciudad... si podían. Pero contra la opinión de los militares mamelucos, los habitantes de la ciudad se pusieron de acuerdo con las autoridades civiles para rendirse.

Tamerlán, muy bien informado por sus espías, supo que Ibn Jaldún estaba en Damasco y expresó el deseo de verlo, de modo que lo bajaron en secreto, atado a unas cuerdas, por las murallas de la ciudad, y lo condujeron a presencia del conquistador.

Hasta fines de la década de 1940, las únicas fuentes autorizadas de tan fabulosa entrevista fueron algunos historiadores musulmanes del siglo XV, que evidentemente adornaron a su gusto los pocos datos de que disponían. En todos los manuscritos conocidos la autobiografía de Ibn Jaldún se detenía en 1395. Pero a partir de 1946 se encontraron en Estambul y en El Cairo tres copias de un nuevo manuscrito, la más importante de las cuales contiene notas del propio Ibn Jaldún; y en ese manuscrito, analizado y comentado oportunamente por el arabista Walter Joseph Fischel (7), el relato de su vida se detiene pocos meses antes de la muerte de éste.

Al tener lugar las conversaciones de Tamerlán e Ibn Jaldún, en los meses de enero y febrero de 1401, Ibn Jaldún tenía cerca de setenta años, y Tamerlán una edad similar. Los que lo conocieron dicen que Ibn Jaldún, hombre bien parecido, tenía una personalidad atractiva; la rapidez con que obtuvo favor y honores dondequiera que se dirigió confirma esta especie. Tamerlán, según al-Suyuti (8), «era alto, fornido y de frente despejada. Tenía la piel rojiza, los hombros anchos, gruesos los dedos de las manos, y llevaba una barba larga y sedosa. Una de sus manos estaba paralizada, a además era rengo de la pierna derecha. La muerte no le atemorizó nunca. Con sus ojos brillantes y su voz de trueno, llegó a los ochenta años en plena posesión de sus sentidos y su vigor». Pero a diferencia de Ibn Jaldún, Tamerlán poseía un aspecto horrible: sus rasgos eran sumamente feos (9).

En suma: dos hombres de la misma talla, que no perdieron tiempo en medirse mutuamente. Aunque Ibn Jaldún, como historiador, le intrigaba la figura de un conquistador tan célebre como Tamerlán, su preocupación principal al verlo era la de liberarse, liberar también a sus colegas y regresar a Egipto, ya que no le seducía la idea de pasar al servicio de otro déspota (ya había conocido a bastantes de todo calibre en su pasado norteafricano).

Por otra parte, Tamerlán sabía que Ibn Jaldún era uno de los principales expertos sobre el Magreb, es decir, el occidente islámico, que se extendía desde Libia hasta Granada, y, por razones militares, quería a toda costa emplearlo en sus servicios de espionaje.

Pero dejemos a Ibn Jaldún relatarnos el encuentro con sus propias palabras:

«Lo encontré reclinado en un almohadón. Sus esclavos le presentaban bandejas con diversos platos que fue enviando, uno tras otro, a los grupos de mongoles sentados en círculo frente a la tienda. Yo fui el primero en hablar: "La paz sea contigo", dije, con gesto de humildad. Tamerlán levantó la cabeza y me dio la mano a besar. Luego hizo un gesto invitándome a sentarme, cosa que hice en el mismo sitio en que me encontraba. Enseguida el guerrero llamó a un erudito jurídico hanafi de su séquito para que nos sirviera de intérprete».

Tamerlán, que no se andaba con vueltas, hizo a Ibn Jaldún preguntas directas sobre el Magreb, que su interlocutor supo esquivar hábilmente. Los dos pasaron cierto tiempo entregados a esta esgrima verbal, hasta que Tamerlán se cansó y dijo:

«Esto no me satisface. Quiero que me escribas una descripción de todo el Magreb, sin omitir detalle, y poniendo tanta vida que le parezca a uno que lo está viendo».

Los criados trajeron tazas de rishta —especie de sopa de macarrones— que Ibn Jaldún elogió a más no poder. Todo parecía marchar a las mil maravillas... si no hubiera sido por el silencio que guardaban los dos hombres. Por su parte, Ibn Jaldún pensaba qué castigo le caería sobre la cabeza si cometía un error.

En ese momento se anunció que las puertas de la ciudad se habían abierto para dar paso a las autoridades civiles de Damasco, que se rendían. Tamerlán y su séquito, en medio de un escándalo de bronces, se dirigieron a Damasco. Ibn Jaldún, mientras tanto, se retiró a escribir su informe sobre el Magreb. Pese a que alrededor suyo el ejército del conquistador saqueaba e incendiaba la ciudad, nadie lo molestó.

Una vez terminado su trabajo, Ibn Jaldún lo entregó a Tamerlán, que le dispensó múltiples muestras de respeto pidiéndole su parecer en ciertas cuestiones legales, por ejemplo. Pero así y todo el problema vital —el de saber cuándo podría el erudito volver a su país para proseguir sus estudios y tareas— quedaba sin abordar. Ibn Jaldún se convenció que sólo un ardid posibilitaría su retorno al país del Nilo. Así que esperó pacientemente la oportunidad que, sin lugar a dudas, sería una sola.

Un día Tamerlán le confesó con una amplia y pícara sonrisa que le podría gustar mucho que trabajara a su servicio y que fuera junto con él a conquistar los países de occidente. Ibn Jaldún vio venir su día y entonces, apelando a toda su diplomacia y astucia aprendida durante décadas de política en el Magreb le contestó con las palabras más elegantes y hábiles que tal vez nunca había pronunciado antes de manera tan taimada: «Con el mayor de los placeres, oh conquistador más prestigioso que Iskandar (Alejandro el Grande), más astuto que Aníbal el cartaginés, más fulminante que Genghis Jan...», etc. Las alabanzas y adulaciones fueran tantas y tan exquisitamente expuestas que Tamerlán tuvo un empacho de egoísmo.

Extasiado por aquellos elogios, le solicitó a Ibn Jaldún que éste le pidiese lo que quisiera que él se lo concedería al instante (riquezas, mujeres, palacios, etc.). Ibn Jaldún le dijo que sólo le apetecía volver a El Cairo por unos pocos días para recoger sus pertenencias y regresar "para pasar los últimos años de su vida a su augusta sombra..." Tamerlán, vanagloriado como estaba, aceptó sin vacilar e incluso ordenó una escolta para que acompañase al historiador hasta las líneas mamelucas.

Fue así como mediante esta hábil estratagema Ibn Jaldún salió por la puerta grande y se desembarazó de las garras del más feroz conquistador que conoció el Oriente bajomedieval.

Ni bien vuelto a Egipto, Ibn Jaldún escribió al Magreb hablando de la información que se había visto forzado a dar. Para disminuir los posibles malos efectos de tal revelación, transmitía al mismo tiempo todos los datos útiles que recogiera sobre Tamerlán. Pero este no llegó nunca a atacar al África del Norte.

Para Tamerlán la incursión sobre Damasco de ninguna manera era el comienzo de una invasión sobre el Egipto mameluco. Era simplemente una operación para cuidar su flanco izquierdo en su ofensiva contra el sultán otomano Bayaceto I a quien derrotó y capturó en la batalla de Ankara el 28 de julio de 1402. Seguramente tenía sus planes para Egipto y el Magreb pero no le quedó vida para llevarlos a cabo. Gracias a Dios.

Ibn Jaldún pasó el resto de sus días estudiando, escribiendo y ocupándose de sus deberes oficiales, y murió el 17 de marzo de 1406. Se sabe que fue enterrado en el cementerio de Sufi, en los alrededores de El Cairo, pero no dónde está su tumba.

En los siglos que siguieron, la influencia de las enseñanzas de Ibn Jaldún fue acrecentándose rápidamente pese a que su nombre, fuera del mundo islámico, no se volvió a mencionar hasta fines del siglo XVI.

Sabemos que Ibn Jaldún fue el primero en considerar a la historia, no como una crónica de sucesos más o menos fortuitos, sino como un movimiento continuo, colectivo y orgánico que rigen leyes secretas, pero susceptibles de descubrirse. Y yendo más allá todavía, este escritor calificó a la historia de ciencia de la civilización, comprendiendo que sólo el estudio de la humanidad y de sus innumerables actividades puede revelar el verdadero significado de los llamados "acontecimientos históricos", para que su estudio sirva de guía práctica a los estadistas.

La Muqaddimah

La metodología de estudio y análisis de Ibn Jaldún era empírica y se sustentaba en la contradicción entre los pobladores de las ciudades y de las zonas rurales, porque los primeros demostraban menos “espíritu de cuerpo” (asabiyya en árabe) y estaban inclinados al lujo y a un lenguaje obsceno e individualista. Distinguía los “astutos” —a los que el sociólogo francés Vilfred Pareto (1848-1923) llamaría los “zorros”— de los “leones”, en la terminología de Pareto. Se anticipó al italiano Giambattista Vico (1668-1744) como “filósofo de la historia” y en separar la política de la ética. Consideraba, como Aristóteles, “que el hombre es por naturaleza un ser social”.

La Muqaddimah fue redescubierta por los eruditos franceses Barthèlemy d’Herbelot (1625-1695), Antoine Isaac Barón Sylvestre de Sacy (1758-1838) y el austriaco Josef von Hammer-Purgstall (1774-1856), antes que otro galo, el académico Etienne-Marc Quatremère (1782-1857), hiciera la primera traducción completa en 1858.

El barón irlandés William McGuckin de Slane (ca.1801-1875) realizó una traducción que aún no ha sido superada (París, 1863-1868) y que respeta el estilo y las intenciones semánticas del autor tunecino mucho más que las recientes del islamólogo francés convertido al Islam Vincent Mansour Monteil (Ibn Khaldun: Discours sur l’histoire universelle, 3 vols., Beirut-París, 1967-1968) y de Franz Rosenthal en inglés (Ibn Khaldun: The Muqaddimah, an introduction to History, 3 vols., Princeton, 1958 y 1967).

En una parte de su obra, Ibn Jaldún expresa este elaborado pensamiento: «La norma observable para discernir en los relatos lo verdadero de lo falso se fundamenta en la apreciación de lo posible y de lo imposible, y consiste en examinar la sociedad humana, es decir, la civilización; distinguir, por un lado, lo que es inherente a su esencia y a su naturaleza y, por otro, lo que es accidental y no debe tomarse en cuenta, reconociendo asimismo lo inadmisible».

No hay que extrañarse de que tan ilustre historiador contemporáneo como Arnold J. Toynbee cite a este árabe del siglo XIV como elemento de inspiración de su monumental obra y salude en él al fundador de la historia como ciencia.

Nueva reedición castellana

El libro de Ibn Jaldún “Introducción a la historia universal, Al-Muqaddimah”. Traducción de Juan Feres. Estudio preliminar, revisión y apéndices de Elías Trabulse, con 1.166 páginas, ha sido reeditado especialmente por cuarta vez por el Fondo de Cultura Económica de México para conmemorar el aniversario del sexto centenario del fallecimiento del ilustre historiador y sociólogo musulmán. Las anteriores ediciones se realizaron en 1977, 1987 y 1997.

Ibn Jaldún y los especialistas

Relacionado con diversos poderes políticos, Ibn Jaldún fue testigo excepcional de una época cambiante, que estuvo marcada por grandes acontecimientos decisivos en la Historia de la Humanidad: el nacimiento de nuevos Estados, la agonía de al-Ándalus y el avance de los castellano-aragoneses, la Guerra de los Cien Años, la expansión de los pueblos turcos islamizados, el ocaso bizantino, la gran epidemia de Peste Negra (bubónica), etc...

Las referencias admirativas sobre Ibn Jaldún proceden de pensadores de diversos tiempos y lugares. Los grandes intelectuales modernos y contemporáneos que han conocido la obra de Ibn Jaldún son claros en valoraciones:

El jurista judío francés Jean Bodin (1530-1596), en su obra “Los seis libros de la República”, recogió muchos conceptos de Ibn Jaldún para la formulación de su método crítico de la historia: entre ellos el origen del Estado en las luchas entre agricultores y pastores. De igual modo, su teoría sobre los ciclos históricos parece haberse inspirado en las afirmaciones de Ibn Jaldún respecto a los cambios producidos por “evolución por adaptación lenta” (que Bodin llama “alteración”) y la afirmación que Ibn Jaldún hacía respecto a la “evolución por mutación rápida” (a la que Bodin llama cambio). También resulta llamativo el hecho que Bodin destaque —igual que el historiador magrebí— la influencia del “suelo” en las costumbres de los hombres de las ciudades que son mentalmente más móviles que los hombres del campo o de los pueblos agrícolas. Otras semejanzas se dan en la afirmación de que la familia y el lazo de parentesco es anterior a la subordinación política.

Por su parte el político y economista francés Robert Jacques Turgot (1727-1781) en su obra “Discurso sobre la Historia Universal” (1751) expresa que “la lucha es la madre de todas las cosas”, afirmación que coincide con la teoría sobre los ciclos de lucha expuesta por Ibn Jaldún. Asimismo se ha observado que el filósofo alemán Johann Gottfried von Herder (1744-1803), también tomó ideas de Ibn Jaldún respecto a que los montañeses son más belicosos que los habitantes de las llanuras, aplicando la ley del más fuerte.

El sociólogo polaco Ludwig Gumplowicz (1838-1909), uno de los fundadores de la sociología europea, en su libro Sociologische Essays del año 1899, le dedicó a Ibn Jaldún un capítulo que tituló “Un sociólogo árabe del siglo XIV”. Igualmente, el general, filósofo y sociólogo austriaco Gustav Ratzenhofer (1842-1904) y el sociólogo alemán Franz Oppenheimer (1864-1943) le elogiaron también.

El filósofo, historiador y matemático alemán Oswald Spengler (1880-1936) en su obra “La Decadencia de Occidente” y el sociólogo Pitirim Alexandrovitch Sorokin (1889-1968) en “Dinámica Social y Cultural”, reconocen haberse inspirado en las teorías de Ibn Jaldún. Otro tanto reconocieron el político, escritor y filósofo sardo conde Joseph de Maistre (1753-1821) y el sociólogo y filósofo francés Émile Durkheim (1858-1917).

George Marçais (1876-1962), historiador e islamólogo francés, no escatima ponderaciones a la hora de brindar una definición sobre el sabio tunecino: «La obra de Ibn Jadún es una de las más substanciales y más interesantes que haya producido la inteligencia humana».

El filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955), en su voluminosa “El Espectador” (Madrid, 1916-1934), escribe este elogio: «Una mente clara y pulidora de ideas como la de un griego, va a introducirnos en el orbe histórico, donde nuestro espíritu no logra hacer pie. Es Abenjaldún, el filósofo de la historia africana. Los Prolegómenos Históricos de Abenjaldún son un libro clásico que desde hace casi un siglo ha entrado en el haber común... No contento con narrar los hechos del pasado, quiere comprenderlos».

Philip Khuri Hitti (1886-1978), arabista e islamólogo estadounidense de origen cristiano libanés, en su “Historia de los árabes” (Editorial Razón y Fe, Madrid, 1950) acredita que «Ibn Jaldún fue el más grande filósofo e historiador que dio nunca el Islam y uno de los más grandes de todos los tiempos».

El historiador británico Arnold Joseph Toynbee (1889-1975), en “Estudio de la Historia” (Emecé, Buenos Aires, 1959), hace el siguiente reconocimiento: «Ibn Jaldún concibió y formuló una filosofía de la historia que es sin duda el trabajo más grande que jamás haya sido creado por una inteligencia en ningún tiempo y en ningún país».

El arabista e islamólogo británico de origen libanés, Albert Hourani (1915-1993), en “La Historia de los Árabes” (Ediciones B, Barcelona, 2003) dice que «La vida de Ibn Jaldún refleja el mundo al que perteneció. Era un mundo colmado de recordatorios de la fragilidad de los esfuerzos humanos. Su propia carrera reveló cuán inestables eran las alianzas de intereses en que las dinastías se apoyaban para mantener su poder; el encuentro con Timur (Tamerlán) frente a Damasco demostró de qué modo el surgimiento de un nuevo poder podía afectar a la vida de las ciudades y los pueblos».

Ernest Gellner (1925-1995), sociólogo y antropólogo francés, destaca: «En este asombroso pensador del siglo XIV, encontramos ecos y sugerencias de los temas que dominan hoy el pensamiento social europeo».

Su compatriota Yves Lacoste (1929-), geógrafo nacido en Fes (Marruecos), en su importante trabajo “El nacimiento del Tercer Mundo. Ibn Jaldún” (Península, Barcelona, 1985), es sumamente elocuente: «Una obra tan extraordinaria como la de Ibn Jaldún, marca el nacimiento de la Historia como ciencia».

Fabian Estapé (1923-), economista catalán, en Ibn Jaldún o El precursor (Barcelona, 1993) opina sobre la importancia del fenómeno jalduní en la convivencia: «Hoy puedo afirmar que Ibn Jaldún constituye, en estos momentos de recuperación histórica del mundo y del pensamiento musulmán, un nexo de unión entre culturas que han vivido demasiado tiempo de espaldas».

Por último, se puede afirmar sin temor a equivocarse que Ibn Jaldún se anticipa en varios siglos a Karl Marx (1818-1883), en la afirmación que es el medio social y no la herencia “quien condiciona al individuo y los grupos sociales”.

NOTAS

(1) Los Hafsíes (1228-1569) conformaron una dinastía bereber en Tunicia, Argelia oriental y Trípoli (Libia). Su capital principal se constituyó en Túnez. Los Banu Hafs eran una tribu masmuda del Alto Atlas.

(2) Además de los Hafsíes, estaban los Abd al-Wadíes y los Mariníes. Los Abd al-Wadíes, también llamados Zayadíes, fueron una dinastía bereber en Argelia occidental con capital en Tlemcén. Su nombre proviene de los Banu Abd al-Wad, también conocidos como los Banu Zayad., pertenecientes al grupo tribal de los zanata del extremo norte del Sahara, emigrado al norte argelino en el siglo XI. Los Abd al-Wadíes fueron clientes de los almohades quienes les asignaron la gobernación de Tlemcén. Cuando los almohades se derrumbaron, Abu Yahya Yaghmurasan (1236-1283) consiguió la independencia y estableció una rígida estructura estatal. Bajo él y sus sucesores, Tlemcén se convirtió en centro cultural y comercial. Los Abd al-Wadíes se dedicaron a un balanceo político tramposo entre los más poderosos mariníes (Marruecos) y los hafsíes (Argelia oriental y Tunisia) quienes se encargaron de neutralizarlos en varias ocasiones durante los siglos XIII y XIV. Finalmente, los Abd al-Wadíes fueron forzados a aceptar la soberanía de los mariníes. Sin embargo, experimentaron una gran restauración y un apogeo cultural sin precedentes bajo el sapiente Abu Hammu I Musa (1359-1389), antes de sucumbir a la autoridad de los hafsíes. Como resultado de las incursiones militares españolas desde 1510, los abd al-wadíes se ampararon bajo la protección de los otomanos. En 1516/17 Argel y Tlemcén fueron ocupados por el corsario otomano Barbarroja. En 1552-1554 los otomanos finalmente ocuparon Argelia occidental y echaron al último de la casa abd al-wadí. Por su parte, los Mariníes (1244-1465) fueron una dinastía bereber en Marruecos con capital en Fes. Los Banu Marin, castellanizados Benimerines o Mariníes, eran una tribu zanata nómada de la frontera oriental del Sahara, establecida en las regiones del este y el sudeste de Marruecos desde principios del siglo XII. Luego de crecientes tensiones con los almohades reinantes, los mariníes, bajo el liderazgo de los hermanos Abu Yahya Abd al-Haqq (1244-1258) y Abu Yusuf Yaqub (1258-1286) tomaron Meknés (1244), Fez (1248), y otras importantes ciudades de Marruecos. Depusieron al último de los almohades en Marrakesh en 1269 y extendieron su poder hasta convertirse en la más importante fuerza militar del Magreb. En distintas ocasiones lanzaron ataques militares en España. Bajo Abu Yaqub Yusuf (1286-1307) se expandieron hasta Argelia. Los reinados de Abu l-Hasan Alí (1331-1351) y Abu Inan Faris (1351-1358) trajeron un período de éxitos políticos que además permitieron desplazar a los Abd al-Wadíes y ocupar Tlemcén, llegando a regir hasta en Tunicia por un breve tiempo. Un fulminante declive vino a partir de 1358: sultanes niños reinaron entre 1358-1374 y 1393-1458 bajo la tutela de los parientes wattasíes y entre 1374-1393 bajo los nasríes de Granada. El último soberano mariní, Abd al-Haqq (1421-1465), acabó temporalmente con el dominio Wattasí mediante una masacre en 1458 pero murió tiempo después durante un alzamiento popular en Fez. Marruecos cayó entonces en poder de los beréberes Wattasíes (1472-1554).

(3) Los Mamelucos (1250-1517), dinastía turca de militares esclavos en Egipto, Siria e Irak, con capital en El Cairo, constituyeron uno de los sultanatos más poderosos de la historia islámica. De esta casta surgieron dos casas regentes, los bahríes (de bahr, "río", referido al Nilo, pues se entrenaban en la isla nilótica de al-Rawa), de la etnia turca kipchaq, que reinaron entre 1250-1382, y los burÿíes (de burÿ, "torre", ya que originalmente su cuartel estaba coronado por una torre de vigilancia), de origen circasiano o cherkés (procedentes del Cáucaso), en el poder entre 1382-1517.

(4) El estado teocrático mameluco estaba regido por los jueces supremos musulmanes (Qadi al-Qudat Madhab) de las cuatro escuelas de pensamiento sunníes: shafii, maliki, hanafi y hanbali. Con éstos magistrados colaboraban distintos funcionarios: el inspector general de pesos y medidas y de la moral y el orden público (Muhtasib), el Sheij responsable de los hospitales y monasterios de las órdenes sufíes, los Imames de las mezquitas y los predicadores y los Alfaquíes (Fuqaha), jurisperitos.

(5) Tamerlán (del persa Timür-i lang), Tamorlán, Timur Lang, Timur Lenk o simplemente Timur el Cojo (más correctamente, Temür, su nombre turco de acuerdo con la grafía moderna) fue un conquistador, líder militar y político turco-mongol, el último de los grandes conquistadores nómadas del Asia Central. Se le da por nacido en Kesh, Transoxiana, Asia Central, el 8 de abril de 1336 (25 Shabān, 736) aunque fecha y lugar son casi con certeza inventados y su nacimiento debería ubicarse entre finales de la década de 1320 y comienzos de la de 1330. Muerto en Otrar, en camino a conquistar China, el atardecer del 17 de febrero de 1405 (17 Shabān, 807). Este caudillo de origen turco (aparentemente convertido al Islam, muy probablemente por razones políticas de coyuntura) conquistó enormes extensiones de Eurasia en poco más de dos décadas. Entre 1382 y 1405 sus grandes ejércitos atravesaron desde Delhi a Moscú, desde la cordillera T’ian Shan del Asia Central hasta los Montes Tauros de Anatolia, conquistando y reconquistando, arrasando algunas ciudades y perdonando a otras. Su fama se extendió por Europa, donde durante siglos fue una figura novelesca y de terror, mientras que para aquellos involucrados más directamente en su trayectoria su memoria, siete siglos después, permanece aún fresca, ya sea como destructor de ciudades del Medio Oriente o como el último gran representante del poder nómade.

(6) Al-Qalqashandi (1335-1418) fue canciller de los mamelucos, conocido con el título de «Secretario del secreto» (kãtib al-sirr). Su obra enciclopédica la terminó en 1412, a la edad de setenta y siete años. El nombre que le dio, un tanto extraño debido a las exigencias de estilo de la época, en la que los títulos debían tener una rima elegante, encierra una metáfora relativa a la búsqueda de la luz y la inspiración literaria: «La mañana del hemeralope en las artes de la redacción» (Subh al-a’sha fi sina’at al-insha’). Esta contiene una información valiosísima, muy precisa y detallada, sobre la historia y la civilización islámica en el Egipto y la Siria de los siglos IX a XV. Fue publicada en 14 volúmenes en El Cairo, entre 1913 y 1919. Al-Qalqashandi, al igual que sus pares antes citados, demuestra tener una cultura y unas informaciones históricas, geográficas y científicas considerables, producto del riquísimo universo mameluco, tan poco estudiado hasta el presente.

(7) Walter Joseph Fischel (1902-1973) fue un erudito judío especializado en civilización islámica y tradiciones judeo-orientales Nacido en Frankfurt am Main (Alemania) se doctoró en ciencia política en la Universidad de Giessen. En 1926 se trasladó a Jerusalén donde logró un cargo académico en la Universidad Hebrea en la Facultad de Estudios Orientales. En 1945 emigró a EE.UU. estableciéndose en la Universidad de California en Berkeley como profesor de Lenguas y Literaturas Semíticas hasta su retiro en 1970. Luego continuó una cátedra de estudios judaicos en la Universidad de California en hasta su muerte. Sus trabajos y estudios sobre Ibn Jaldún y Tamerlán son los más completos hasta la fecha: "Ibn Khaldun and Timur" in Actes du XXI’ Congres International des Orientalistes. París, 1949. Cf. pp. 286-87; "Ibn Khaldun and Timur" en Bulletin des etudes arabes (Algiers), 1950, no. 47, p. 61; "Ibn Khaldun's Activities in Mamluk Egypt (1382­1406)" en Semitic and Oriental Studies Presented to William Popper. Berkeley y Los Ángeles, 1951. Cf. pp. 102-24; Ibn Khaldun and Tamerlane: Their Historic Meeting in Damascus, A.D. 1401 (803 A.H.). A study based on Arabic Manuscripts of Ibn Khaldun’s "Autobiography", with a translation into English, and a commentary. Berkeley y Los Ángeles, 1952: "The Biography of Ibn Khaldun" en Yearbook: The American Philosophical Society, 1953. Filadelfia, 1954. Cf. pp. 240­41; "Ibn Khaldun’s Use of Jewish and Christian Sources" in Proceedings of the 23rd International Congress of Orientalists. Cambridge, 1954. Cf. pp. 332-33; "Ibn Khaldun and Josippon" in Homenaje a Millas-Vallicrosa. Barcelona, 1954-1956. 2 vols. Cf. I, 587-98; "Ibn Khaldun’s ‘Autobiography’ in the Light of External Arabic Sources" en Studi orientalistici in onore di Giorgio Levi Della Vida. Roma, 1956. 2 vols. Cf. 1, 287-308; "Ibn Khaldun’s Sources for the History of Jenghiz Khan and the Tatars", Journal of the American Oriental Society (Baltimore), Lxxvl (1956), 91-99; "Ibn Khaldun: On the Bible, Judaism and Jews" en Ignaz Goldziher Memorial Volume. Budapest, 1948; Jerusalem, 1956. Cf. 11, 147-71; "A New Latin Source on Tamerlane’s Conquest of Damascus (1400/1401)": B. de Mignanelli's Vita Tamerlani (1416), Translated into English with an Introduction and a Commentary, Oriens (Leiden), Ix (1956), 201-232.

(8) Ÿalaluddín Abu-l Fadl Abdurrahman al-Assuiuti, más conocido por la fonética de al-Suyuti (1445-1505), era oriundo de una familia persa establecida desde hacía más de tres siglos en Assuiut, en el Alto Egipto. Afamado polígrafo y enciclopedista, es autor de trescientos quince escritos sobre la Tradición del Profeta (Sunna), Narraciones y dichos (Ahadiz), jurisprudencia (fiqh), lingüística, ciencias, historia y literatura. Su «Historia de los Califas» (Tarij al-Julafã) fue muy admirada por sus valiosos detalles (publicada por al-Sa’ada, El Cairo, 1959). Se extiende desde Abu Bakr hasta el año 1497. Su «Historia de Egipto y de El Cairo», llamada en árabe Husn al-Muhadara, es una compilación de veintiocho obras históricas. Su Taqrir al-istihad fi tafsir al-iÿtihãd fue publicado por Dar al-Dawah, El Cairo, 1983.

(9) Se cuenta que un día Tamerlán vio su rostro por primera vez en un espejo y al verse tan mal parecido prorrumpió en un fuerte llanto. Su bufón que estaba a su lado casi inmediatamente emitió un alarido aún más fuerte. Entonces Tamerlán se dirigió al cómico y le preguntó: «—¿Por qué lloras más fuerte que yo?». Le contestó el bufón: «—Imagínate amo, tú lloras por haberte visto sólo una vez. Pero yo lloro por tener que verte muchas veces todos los días». Se ignora la suerte corrida por el histrión después de semejante rapto de sinceridad.
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